Bernard Fougères dejó una huella en nuestro país al que amó como propio difundiendo cultura y pasión del Ecuador; aunque no todos pudimos tratarlo, era un viejo amigo que desde la pantalla nos acompañó durante años con su piano que llevó hasta un nevado para rendir homenaje a la patria.

Como hijo dilecto del corazón nacional, su partida nos entristece, pero agradecemos haberlo tenido rindiendo tributo a este país que tanto amó. En cambio, hay personas nacidas aquí, pero que han significado indignación y vergüenza por el daño que han ocasionado, explotando sectores que no distinguen el bien del mal ni recuerdan la descomposición de un tiempo que esperamos jamás retorne, aunque se disfracen con otras generaciones cuya línea de conducta será igual, injuriando y usando pseudoatentados con carapachos inútiles; como si todos los ecuatorianos fuésemos ingenuos.(O)

María Anunzziata Llerena Naranjo, Guayaquil