“Estamos gobernados, nuestras mentes están amoldadas, nuestros gustos formados, nuestras ideas sugeridas, en la mayoría por hombres de los que no hemos oído nunca”. Lo publicó Edward L. Bernays, circa 1928, en su texto Propaganda.

Eran tiempos de posguerra. Bernays, miembro del Comité de Información Pública del gobierno estadounidense de Wilson, formalizó la disciplina de las relaciones públicas. “La manipulación deliberada e inteligente de los hábitos estructurados y de las opiniones de las masas es un elemento importante en las sociedades democráticas…”, escribió.

De eso se trata la disciplina. Lograr el consentimiento de la opinión pública en favor de un proyecto, idea, concepto, marca, empresa, persona, candidato o Gobierno –sea monárquico, democrático, comunista, corporativo o constitucional−–. Más ahora que crece el brand advocacy y que marcas asumen posturas públicas sobre asuntos de Estado.

Esta aquiescencia no se logra con impulsadoras en cocteles ni con promotores de actividades ilícitas. Tampoco creando barreras entre la verdad de un hecho y los públicos. Ni publicando publirreportajes, ni fake news en el timeline de redes. Tampoco logrando espacios publicitarios no pagados. De hecho, la propaganda ya existía antes del papa Gregorio XV y su Sacra Congregatio de Propaganda Fide fundada en 1622.

Los fundamentos siguen siendo los mismos –en la era de los panfletos o de los dispositivos móviles–: psicología social, psicología de masas, instintos gregarios como los que citaba Wilfred Trotter en 1916 y teorías psicoanalíticas de Freud.

Los principios rectores de los verdaderos profesionales siguen siendo los mismos: ética, credibilidad, respeto por los derechos individuales y colectivos, respeto a las libertades, respeto a la verdad.

Pero han cambiado las herramientas. Los medios se atomizan y han perdido credibilidad. Se borran las diferencias entre contenido editorial y contenido comercial. Se confunden los objetivos de earned media y paid media. Algunas marcas confunden libertad con libertinaje en redes sociales, porque no hay un newsroom donde curadores de contenido y periodistas contrasten, contextualicen y lleven registro de los hechos. Hay cacofonía buscando atraer la atención del consumidor. Se confunde al consumidor que evangeliza por una marca con el influencer que cobra por su post con el bot que replica. Y se mantiene oculta la trazabilidad de la herramienta, excepto por la foto que sí publicó el diario sobre el evento del lanzamiento.

¿Se enerva esta disciplina de comunicación? Au contraire: Las relaciones públicas profesionales -resalto: profesionales– son una función del management. Estratégicas. Vitales. En crecimiento. (O)