A casi un año de gestión del actual Gobierno, el Ministerio de Relaciones Exteriores, que tiene a su cargo la delicada tarea de gestionar y coordinar la política internacional del país, hoy es blanco de la más dura crítica por parte de la opinión pública, como consecuencia de los paupérrimos resultados entregados por una Cancillería dirigida por María Fernanda Espinosa, personaje polifacético de la ‘revolución ciudadana’ que ha intervenido en disímiles posiciones burocráticas al pasar desde la función diplomática a la coordinación de las carteras de Patrimonio, Ambiente, Cultura, Deporte, Turismo y hasta de la Empresa de Ferrocarriles, incluido el difícil y especializado Ministerio de Defensa Nacional.

Lo cierto es que durante la época del exmandatario Rafael Correa, el fundamentalismo ideológico penetró y contaminó el accionar de casi todas las instituciones, tragedia de la cual no escapó el servicio exterior, en el que la falta de profesionalización y especialización resultaron por demás evidentes (prueba de ello el cierre de la Academia), así como el uso de cargos diplomáticos para dar ocupación, muchas veces vía reciclaje, a partidarios o sumisos al poder, mediante el acceso a posiciones de tan representación.

No obstante, una vez producida la fractura entre correístas y morenistas se creyó, puerilmente, que el presidente de la República como responsable de definir la política exterior, según lo determina el art. 147.10 de la Constitución, podría dar un importante giro en el campo de las relaciones internacionales. Pero no. Desde el mismo momento en que se nombró como canciller a una exfuncionaria del correísmo más ortodoxo, las cartas estuvieron echadas y la ruta definida en lo que se conoce como la Agenda de Política Exterior 2017-2021.

En dicho documento, que desde el Palacio de Najas se lo concibe como el “…marco que sustenta la toma de decisiones relacionadas con la política exterior por parte de la Cancillería, pero también para los ministerios del Consejo Sectorial de la Política Exterior y Promoción…” deja entrever un sesgo ideológico, incompatible con la dinamia y lógica con la que se desarrolla el mundo real y reduciendo el estudio, en el caso de la región, a una pugna entre el modelo neoliberal y el “progresista” (¿quizá bolivariano?)…

Basta leer el análisis sobre el panorama de América Latina para descubrir la esencia de una agenda dominada por el caduco pensamiento único que rigió durante la última década en el Ecuador y que además tuvo nombre y apellido propios. Decir que la Alianza del Pacífico, por ejemplo, está “…marcada fundamentalmente por su impronta comercial y en defensa del libre mercado, también tiene una connotación política representativa del modelo neoliberal, en defensa del statu quo” demuestra el desconocimiento de la interdependencia económica existente en el intercambio y consumo globalizados.

Como se advierte, la Cancillería no solo que introduce mensajes contradictorios y hasta interpreta a su modo las directrices del presidente Moreno, sino también ha sido incapaz de intervenir con eficiencia frente a problemas como el de seguridad en la frontera colombo-ecuatoriana; la crisis humanitaria de proporciones en Venezuela; el caso Assange, entre otros.

Se hace urgente un cambio de timón en el Ministerio de Relaciones Exteriores.(O)