Una tentación de los humanos es conseguir las cosas mediante el empleo de la fuerza. Incluso muchos cambios sociales han invocado una violencia cobijada en ideas benéficas, según las ilusiones en las que creyeron distintas generaciones. Una razón de por qué no están vivos los miembros del equipo periodístico de El Comercio que estaba trabajando en la frontera norte es porque hay grupos que han hecho de la fuerza el único instrumento de su poder. Los atentados explosivos que han matado a nuestros marinos, los secuestros y las amenazas de bombas pertenecen a esa antigua –pero presente– locura que adora a la fuerza.

El reciente libro de Étienne Barilier, El vértigo de la fuerza (Barcelona, Acantilado, 2018), da una alerta ante la barbarie de hoy. Aunque el autor se centra en demostrar la esencia violenta del islamismo –basta ver cómo las mujeres son esclavas de los hombres en los países islámicos–, sus principales líneas argumentativas permiten reflexionar sobre la situación por la que está pasando el Ecuador a raíz de la violencia que se generó, al menos, en la década correísta, cuando se le prometió a la ciudadanía construir un nuevo país. Lo que realmente hizo el correísmo fue gobernar a base de miedo y fuerza.

Barilier pide que nos demos cuenta de que es preciso buscar las tradiciones o las herencias, que no siempre pueden llegarnos como algo ya dado; antes bien, es necesario redescubrirlas: “Hemos necesitado siglos de pensamiento, de sufrimiento, de tanteo, de inteligencia, para llegar a comprender que el crimen como deber sagrado es sencillamente un crimen y nada más que un crimen”, dice, y quien comete un crimen no es ni un mártir ni un héroe ni un idealista ni un revolucionario ni un estadista, sino un criminal. Esto son los terroristas: “Generalmente delincuentes comunes, reconvertidos y convertidos”.

Simone Weil es una pensadora varias veces citada por Barilier porque ella se condolió al ver cómo la fuerza le daba un poder absoluto a una persona, tanto que un hombre es capaz de pisotear a otro ser humano. Un ser humano fuerte, con o sin armas, puede convertir a otro cuerpo en una cosa miserable. Según Weil, el más espantosamente humano de los poderes es el de deshumanizar al otro. Ahora se está probando lo que ya se había denunciado sobre el aparato correísta: que falsificó hechos, mintió, humilló a los disidentes, acomodó las leyes, construyó estructuras para delinquir. Todo esto porque se consideraban fuertes y que eran más.

La violencia o la fuerza es lo que degrada al hombre, y, por eso, Weil insistió en que la fuerza era el mayor enemigo de la humanidad. La violencia es la razón de los fanáticos; por eso, debemos vencerlos: “Es necesario que cada ciudadano, que cada ser humano, tenga una conciencia clara y constante de lo que significa la libertad, forma suprema de la humanidad. Es necesario vivir en presente la historia, profunda y larga, de esta libertad”, afirma Barilier. La cultura machista y violenta del correísmo se sostuvo en un funcionariado de individuos sumisos que voluntariamente optaron por ser cómplices de la fuerza. (O)