La reciente exhortación apostólica del papa Francisco, firmada el 19 de marzo de 2018, fecha en que la Iglesia católica venera a san José, se titula en latín Gaudete et exsultate, esto es: Alegraos y regocijaos.

Se trata de una invitación, un llamado a la santidad en el mundo actual, cuestión al parecer muy difícil.

Afirma que Él, Dios, nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada.

Francisco recuerda la admonición del Señor al patriarca Abraham: Camina en mi presencia y sé perfecto, así como la frase de san Pablo a los efesios 1,4: El Señor nos eligió para que fuésemos santos e irreprochables ante él por amor.

Esta es una apretada síntesis del contenido de la referida exhortación:

1. El llamado a la santidad: en el que explica cómo los santos nos alientan y acompañan; no hay que tener miedo a ella porque nos hace más vivos y más humanos.

2. Dos sutiles enemigos de la santidad son el gnosticismo y el pelagianismo actuales.

En la historia de la Iglesia quedó muy claro que la perfección de las personas se mide por su grado de caridad y no por la cantidad de conocimientos acumulados y, reiteradas veces, la Iglesia enseñó que no somos justificados por nuestras obras o por nuestros esfuerzos, sino por la gracia del Señor que toma la iniciativa.

3. A la luz del Maestro: Jesús explicó con toda sencillez qué es ser santos, y lo hizo cuando nos dejó las bienaventuranzas. Son como el carné de identidad del cristiano… En ellas se dibuja el rostro del Maestro, que estamos llamados a transparentar en lo cotidiano de nuestras vidas.

4. Las notas de la santidad en el mundo actual: son cinco grandes manifestaciones del amor a Dios y al prójimo que considera de particular importancia: aguante, paciencia y mansedumbre, alegría y sentido del humor, audacia y fervor, oración constante y apoyo en la comunidad, sin aislarse.

5. El combate, la vigilancia y el discernimiento: la vida cristiana es un combate permanente que requiere fuerza y valentía, así como el auxilio de la fe que se expresa en la oración, la meditación de la Palabra de Dios, la misa, la adoración eucarística, la reconciliación sacramental, las obras de caridad, vida comunitaria y el empeño misionero.

Francisco insiste en que la corrupción espiritual es peor que la caída de un pecador, porque se trata de una ceguera cómoda y autosuficiente donde todo termina pareciendo lícito: el engaño, la calumnia, el egoísmo y tantas formas sutiles de autorreferencialidad.

Por eso el discernimiento en el Espíritu es importante. No supone solamente una buena capacidad de razonar o un sentido común, es también un don que hay que pedir.

El hábito del discernimiento se ha vuelto particularmente necesario. La vida actual ofrece enormes posibilidades de acción y distracción, y el mundo las presenta como si todas fueran válidas y buenas.

¿Aceptará esta invitación a la santidad? ¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)