La bárbara represión con decenas de asesinatos en Nicaragua por parte del gobernante sandinista Daniel Ortega y su vicepresidente, su esposa, Rosario Murillo, deben llamar la atención de los ecuatorianos, tanto porque se trata de un gobierno de esa especie en extinción, a la que todavía pertenece el nuestro, el socialismo del siglo XXI, como porque el detonante del levantamiento estudiantil y popular es la crisis del quebrado sistema de pensiones, que trataron de solucionarla con nuevas imposiciones a trabajadores, empleadores y hasta… a los jubilados. Allá, como acá, es sacrilegio decir que el seguro social está quebrado, y, allá, han tenido que dejar sin efecto, para no caerse, el decreto que creaba nuevas contribuciones. Allá, como acá, y en todos los países gobernados por socialistas del siglo XXI, la reelección indefinida ha sido la ambición suprema. Ortega, que fue presidente desde 1979 hasta 1990, luego del derrocamiento de la repugnante dinastía de los Somozas, ha constituido otra con su mujer, quien lleva –¡Oh dolor!–, el mismo nombre de la mujer que fue el primer amor y la que cuidó, en sus últimos días, a la gloria de la poesía de Nicaragua y Latinoamérica, la figura máxima del modernismo y la lírica de su época y la nuestra, Rubén Darío. Pues Rosario Murillo de Ortega es la vicepresidenta, la que lleva el día a día de la administración y la que todas las mañanas tiene una alocución radial en la que les dice a los nicaragüenses hasta el color de la ropa que deben llevar. ¡Supera a las sabatinas!

Ortega, para hacerse reelegir en contra de la prohibición constitucional, impuso a su Corte Suprema de Justicia que declarase que era su derecho humano el ser reelegido presidente. Su última etapa de gobernante se extiende ya desde 2007 hasta el momento. Se ha convertido a católico conservador, domina la política y los negocios, sus hijos poseen varios canales de televisión, la empresa privada convive con él. Con el mismo argumento de su derecho humano, otro socialista del siglo XXI, Evo Morales, quiere hacerse reelegir en contra, asimismo, de la Constitución y de expresa negativa plebiscitaria. Aquí, en Ecuador, Correa hizo que sus incondicionales estableciesen, inconstitucionalmente, la reelección indefinida. Chávez hizo lo propio, y cuando la muerte se lo llevó, su pupilo Maduro, a sangre y fuego, literalmente, quiere seguir de presidente a pesar de la condena interna e internacional, generalizada, apoyado ya solamente por dos países latinos de Suramérica: Bolivia y Ecuador. Es esta ambición desenfrenada de poder de los socialistas del siglo XXI, y la miseria a la que con ella han conducido a sus países, la causa inmediata de su última obra: la destrucción de Unasur. La generosidad sin límites de Correa, con plata ajena, lo llevó a donar el ostentoso edificio de la sede de esta moribunda asociación.

Siempre repito lo de Spengler: los verdaderos éxitos de una nación son los de su política exterior. El presidente debe decidir si continúa asociado con Ortega, Evo y Maduro. Debería ser congruente con la derogatoria de la reelección indefinida que pidió aprobar en referéndum. (O)