El 1 de mayo se celebra en casi todo el mundo el Día del Trabajo o el Día del Trabajador. Es una fiesta del movimiento obrero mundial en conmemoración de sus luchas sociales y laborales. Se conoce como “los mártires de Chicago” al grupo de líderes sindicalistas que organizaron la propuesta que terminó en detenidos y muertos en 1886 por exigir que la jornada laboral deje de ser de 18 horas y pase a ser de 8 horas. Finalmente, se logró que los sectores patronales accedieran a implementar la jornada laboral de ocho horas, que perdura hasta hoy en buena parte del mundo occidental. En tiempos complicados como los actuales, tener trabajo es casi una bendición, pero ¿hasta qué punto el trabajo debe interferir en nuestra vida personal?

Escucho con sorpresa decir que “ser responsable” es llevarse el trabajo a casa, sin embargo, creo que eso es justamente una clara muestra de que existe una falla en los procesos. Un ejemplo del tema tal vez sea el de los profesores, quienes hace poco celebraron su día. Aparentemente, no es suficiente con las lecciones, tareas y demás temas que deben corregir con fechas límites, para también obligarlos a cumplir con un infinito papeleo de control que está ingeniado para una supuesta excelencia, pero que en la práctica solo se convierte en una carga adicional con la que debe lidiar el profesional encargado de transmitir conocimientos, pero en el camino del cumplimiento del deber se olvidan un detalle, un profesor debe ser un maestro que enseñe a hacer, tiene que crear empatía con el estudiante para potenciar sus fortalezas, ayudándolo a encontrar sus virtudes, ergo, es necesario que se encuentre en óptimas condiciones emocionales y mentales para poder culminar con éxito dicha tarea, pero si mantenemos un personal docente buceando en papeles, tendremos adultos agotados, sin ánimo, ni cabeza para la creatividad, pendientes solo de entregar su informe semanal a tiempo, para evitar una amonestación que ensucie su hoja de trabajo.

Por consiguiente, es necesario volver los ojos al ser humano. Reconozcamos la necesidad de tener paz, descanso y tiempo libre para dedicarlo a la sencilla tarea de vivir. Recordemos que la vida se encuentra fuera de los muros de las empresas; la hallamos con facilidad en la risa de nuestros hijos, la salida con amigos, un paseo por placer, un plato de comida bien preparado, sumergirnos en el mar, andar descalzos por el césped, tomar la mano de quien amamos, escuchar su voz y sentir que somos libres. Trabajemos para crear un mundo mejor y valoremos nuestro esfuerzo. Busquemos un cambio positivo, un progreso en libertad, pero con alegría.

Finalmente, con el paso de los años, la memoria se vuelve frágil, así que tengo como lema la frase de Maya Angelou, activista civil por los derechos y una educadora apasionada: “He aprendido que la gente olvidará lo que dijiste, también olvidará lo que hiciste, pero jamás olvidará cómo les hiciste sentir”. El secreto está ahí, no en los procesos burocráticos, ni en el aluvión de papeles, lo importante siempre será el recuerdo que dejemos en quienes nos rodean.

(O)