A ojo de buen cubero, entre todas las universidades nacionales están graduando unos cinco mil arquitectos al año. Las proyecciones aseguran que el número de estudiantes de Arquitectura irá en aumento –al menos– durante los próximos años. En contraparte, el mercado de la construcción se está encogiendo. Muchos pueden refutar esta última afirmación, apelando al alto déficit habitacional que el país aún mantiene. Lamentablemente, la gran necesidad de tener un hogar donde vivir se ve opacada por los escasos canales que faciliten la adquisición de una vivienda.

La poca construcción que se lleva a cabo en la actualidad está dirigida al mercado de clase alta, y sus compradores optan más por comprar estos inmuebles como una inversión y no para satisfacer sus necesidades habitacionales. Nada de malo en ello. La inversión inmobiliaria es una gran generadora de capital, pero desde la perspectiva de satisfacer la demanda de vivienda, resulta una actividad estéril.

La gran mayoría de los arquitectos recién graduados se dedica a actividades parcialmente relacionadas con su profesión. De la gran mayoría que no tiene la suerte de dedicarse a la proyección de objetos a ser construidos, muchos terminan involucrados en la residencia de obra o a la fiscalización de procesos constructivos. Otros recurren al comercio de materiales de construcción y materiales de acabados. Más allá de estas categorías existe un número considerable de graduados que no ejercen la arquitectura, que se dedican a actividades estrictamente comerciales.

Queda claro que el escenario profesional de los arquitectos no es lo que solía ser. ¿Qué hacer entonces? ¿Es este el fin de la arquitectura?

De ninguna manera.

La carrera está cambiando, simultáneamente en varios frentes. El primer cambio que debe entenderse es la ubicación de nuestro nuevo mercado profesional. Las ciudades grandes tienen mercados ya fraguados, rígidos. Sin embargo, las ciudades medianas comienzan a enfrentar nuevas necesidades, lo cual las obliga a renovar sus infraestructuras y aumentar su oferta inmobiliaria.

La arquitectura comienza ahora a usarse como un trampolín hacia estudios de maestría. De la arquitectura se derivan otros campos de posgrado, que actualmente están en crecimiento de demanda. Urbanistas y paisajistas son las ramas que comienzan a sobresalir.

Finalmente, están los nuevos frentes de trabajo. La virtud del arquitecto está en su capacidad de resolver problemas; en analizar los problemas de manera espacial, usando los dos lóbulos cerebrales… ese “pensar con las manos” que solía mencionar Jorn Utzon. Cada día aparecen nuevos frentes donde se aplican los principios de la arquitectura. El Design Thinking, que se encuentra actualmente en boga, tiene sus orígenes en los procesos del diseño arquitectónico contemporáneo.

Veo un futuro lleno de oportunidades para quienes hemos sido educados para entender las cosas desde una perspectiva diferente. Seguirán existiendo los personajes perseverantes y sensibles, que materialicen construcciones donde converjan la luz, la materia y la poesía, pero su número se mantendrá ahí, mayor aumento. Y es bueno que así sea, mientras el espectro de actividades se abre para los nuevos arquitectos.

Cuando me preguntan si recomiendo a los jóvenes estudiar Arquitectura, respondo con una afirmación contundente. Sería una pena que las nuevas generaciones se pierdan ser parte de estos cambios fascinantes. (O)