Ahora sí que es imprescindible que los ecuatorianos sepamos cómo caminar, mascar chicle, razonar, discriminar y decidir simultáneamente. Ese don femenino de múltiples actividades (funciones y roles) que nos fue básicamente escamoteado a los hombres (por la cultura patriarcal) tiene que, por necesidad del mundo público, convertirse en una destreza nacional. Así es. Los últimos acontecimientos en la frontera nos notifican lo que se hizo a nuestras espaldas, tales como arreglar un estado de cosas con la violencia y el narcotráfico, y desarticular a los actores de la seguridad nacional. Pero fundamentalmente nos obligan a reconocer los nuevos temas y términos de la agenda nacional. Y su complejidad para todos, actores públicos –estatales y no/estatales– y actores sociales –privados y no/gubernamentales–. Pasemos revista a insumos, entre otros, que se insinúan para esta reformulación.

La erradicación de la corrupción es el hilo largo y compartido de este período de transición. Condición necesaria para recrear el sentido de lo público y de la gestión estatal y social, económica y política. El narcotráfico es el peso más alto de la corrupción a la que puede estar sometida una sociedad por la capacidad corrosiva que tiene en todos los ámbitos. Y ahora se revela que estaba en el mar de fondo de parte de la corrupción hasta ahora visible. La agenda penal para tratar a la corrupción debe ahora responder con nuevas fórmulas, más allá del mero endurecimiento de penas. Y falta mucho por investigar y sancionar en este ámbito. Apenas conocemos un anillo de los muchos que tuvieron las diversas formas de corrupción.

La estabilización económica, la inseguridad pública y el gasto militar. El programa económico anunciado tiene lineamientos generales, de acento fiscalista, pero pocos senderos concretos. Al margen de la disponibilidad técnica para formularlos, las cuestiones emergentes son la violencia y el gasto en frontera, que se suman a los condicionamientos del financiamiento internacional. Más aún, aparece un nuevo componente del gasto público que es la seguridad, nicho del desperdicio en el anterior régimen. Plantearse ajustes al gasto militar deberá tener un componente de eficiencia y focalización para la modernización del concepto de seguridad.

El rediseño institucional para disociarlas del autoritarismo y la corrupción. Se trata de instituciones económicas, sociales, jurídicas y políticas, algunas –unas pocas– que ya tienen una pesada carga de evaluación, renovación y relanzamiento institucional. Pero ahora hay necesidad de más. La violencia y el narcotráfico están básicamente ligados a la pobreza. Las carencias de ingreso y las necesidades básicas insatisfechas se correlacionaban umbilicalmente con esos males. Pero progresivamente se ha mostrado también su asociación con las instituciones. El desarrollo económico no puede actuar aislado. Solamente el desarrollo institucional, especialmente local, asegura sostenibilidad en la lucha y soluciones contra la violencia y el tráfico de drogas.

Modernizar y adecuar a la seguridad nacional es una necesidad urgente. La amenaza inminente es el narcotráfico, enemigo concreto pero de actuación solapada. Interméstico, es decir, de origen y de presencia internacional y doméstica. Radicalmente global. Apremiante, de modo especial de cara al proceso de pacificación colombiano. Nuestra definición de política fronteriza con Colombia ha permanecido estancada pese a que la situación ha cambiado. Ese inmovilismo ha sido muy costoso política y económicamente. Nunca se buscó solución sino en la queja contra la dolarización. Y frente a una definición correcta –evitar involucrarnos en el conflicto colombiano– se respondió en modo cómplice –la permisividad–. Ahora la situación cambia peligrosamente. La amenaza está ya de nuestro lado y podríamos responder solo con fórmulas militares. Pero la frontera porosa, conveniencia de los narcotraficantes, ahora está más en Colombia. Esta inversión de términos debe ser respondida con adecuaciones en la política de seguridad ecuatoriana profundizando en su carácter nacional, democrático y cooperativo. Evitando la seguritización de la política pública, para lo que es preciso construir respuestas políticas de apoyo a la seguridad nacional.

El resultado electoral de la elección presidencial de Colombia tendrá efectos que deberá entender y prever nuestra política exterior. Y a la vez, también, es preciso cambiar nuestra política de cooperación internacional económica, política y de seguridad.

El narcotráfico es la variable emergente e inexcusable de la gestión pública. Se la camufló tras la idea de que se trataba solo de tránsito de la droga por Ecuador, evadiéndose la realidad de que ese servicio esconde tanto daño como la producción. Y que se convierta en un soporte decisivo de ingresos en la economía. Pero fundamentalmente que los actores del narcotráfico ya no solo persiguen la complicidad de redes locales para el tránsito de sus mercancías, sino que requieren de poder político nacional. Se plantean un rol y una funcionalidad de nuestra nación y del Estado para sus intereses. Quieren expropiarnos de nuestra capacidad de decisión autónoma. Aspiran a que nos volvamos cómplices, un Estado funcional a sus intereses.

La violencia es el hermano siamés del narcotráfico. Está umbilicalmente atada a la falta de institucionalidad y a los yerros en política interior y exterior. El perfeccionamiento de las rutas del narcotráfico estará acompañado por la violencia y el consumo local en sus contornos. La búsqueda de solidaridades locales es su estrategia de protección. Es un contexto no solo del narcotráfico sino de la expansión de control territorial de los violentos. Las “maras” locales son simultáneamente trasnacionales. El fracaso de la paz en Colombia llevará a una exportación de violentos hacia nuestro país con las demandas enormes que supone, el peligro para la seguridad ciudadana y los avances que pueda haber logrado la Policía en su control.

La política internacional ha sido proactiva para errar y reactiva para las necesidades nacionales. La Cancillería ha sido singularmente activa en la búsqueda de protagonismo en el exilio para Assange, doctorados para el académico, pronunciamientos sobre Siria, expulsiones de embajadores y representantes, traiciones a compromisos estatales y figuraciones discursivas. Cabe destacar un error singular. Ofrecernos de garantes. Colombia no nos necesitaba particularmente para sus negociaciones de paz con el Ejército de Liberación Nacional, ELN, de modo especial cuando existen intereses imbricados. Y, al contrario, sí fuimos profundamente reactivos para estudiar y diseñar políticas frente a los cambios que se operan en Colombia con el proceso de paz y con la correlación de fuerzas internas de ese país. No debíamos buscar intervenciones absurdas –como además se pretendió en Honduras– pero sí entender, por ejemplo, lo que sucedía allá y testimoniar, de un modo mutuamente aceptado, cómo procedió Colombia frente al caso de los periodistas secuestrados.

Tomando prestado un concepto utilizado para otras circunstancias de mi amigo Gustavo Fernández, nuestra Cancillería debe entender que en la situación actual de vulnerabilidad, la frontera colombiana se movió/penetró “políticamente” muy adentro en nuestro país. Lo que sucede allá se escenifica también acá en el corazón de la República. Se crea opinión en la política ecuatoriana, la que tiene referencia allá. No solo por los intereses evidentes. El resultado electoral de la elección presidencial de Colombia tendrá efectos que deberá entender y prever nuestra política exterior. Y a la vez, también, es preciso cambiar nuestra política de cooperación internacional económica, política y de seguridad. Entender los límites y posibilidades de los intereses nacionales de Estados Unidos y los continentales de los países de la región frente al narcotráfico nos debe llevar hacia políticas cooperativas multidimensionales eficientes desde nuestro interés y tiempos nacionales.

Dejo para otra oportunidad las consecuencias en la política local/territorial. Y obtengo solo una conclusión. ¡Cuánto daño nos hicieron los soberanistas elementales del correísmo!

(O)