Una suerte de chovinismo se impone en nuestra perspectiva de entender lo que ocurre en la frontera norte. En realidad, sería preciso decir que el chovinismo es un atajo para no comprender lo que ocurre, cerrar los ojos y seguir considerando el problema fronterizo como esencialmente colombiano.

Hemos oído exponer esta posición la semana pasada a personajes tan variados como el alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot, en un discurso al final de una multitudinaria marcha por la paz, y a sectores militares en foros académicos organizados para analizar la nueva conflictividad en la frontera tras la desmovilización de las FARC. La posición chovinista consiste en señalar, de un lado, que Ecuador es víctima de un conflicto que sigue estando en territorio ajeno, y acusar a Colombia de un abandono deliberado de la frontera norte para forzar al Ecuador a una mayor presencia militar como vía para involucrarse en un conflicto que le es ajeno, de otro.

El chovinismo, que sigue imaginándose el Ecuador como una isla de paz sacudida por la violencia que nos viene de afuera, se une a la declaratoria de guerra realizada por el Gobierno en contra de alias Guacho. La frase que enarboló la declaratoria fue el plazo de diez días dado por Moreno al líder del grupo disidente de las FARC para que se entregue; en caso contrario, sería perseguido hasta encontrarlo y liquidarlo. La declaratoria de guerra fue una reacción gubernamental en un momento de extrema emoción y sensibilidad tras la confirmación del asesinato del equipo periodístico de El Comercio. Pero esa postura encierra un riesgo muy complicado si no fue fruto de un análisis profundo de la frontera y del escenario de fuerzas: primero, generar la ilusión colectiva de que el problema puede ser enfrentado rápidamente con un uso mayor de fuerza; y segundo, que el Estado ecuatoriano, sus aparatos de seguridad, cuentan con el poderío suficiente como para derrotar rápidamente a un enemigo que conocen poco. Si los anuncios guerreristas se muestran puramente voluntaristas y retóricos, a la vuelta de la esquina nos expondrán más débiles y vulnerables frente al enemigo.

El chovinismo es una forma de conciencia que se niega a reconocer que el problema del narcotráfico es también ecuatoriano, que estamos inmersos en un negocio criminal de carácter trasnacional, y que ocupamos un lugar en la cadena de producción y circulación de la droga. Tampoco admite que fue nuestro cambio de estrategia como Estado en la frontera norte, en octubre del año pasado, el que nos llevó a la situación actual, tras denunciar la permisividad como mera complicidad ideológica con las FARC y no como una posible estrategia de seguridad estatal en la frontera. Fue el cambio de postura del Estado ecuatoriano frente a la presencia del negocio del narcotráfico en su territorio el que nos condujo a un nuevo momento. Y cuando volteamos los ojos a la frontera, a San Lorenzo, a Mataje, a Esmeraldas, a Sucumbíos, solo encontramos penurias sociales, económicas, estatales e institucionales largamente acumuladas.

Si el asesinato cruel del equipo de periodistas de El Comercio no sirve –como señaló con mucha valentía y claridad uno de los familiares– para cambiar nuestra manera de entender el país y la frontera norte, esas muertes solo serán el preámbulo de nuevos hechos violentos y dolorosos.

(O)