El terrorismo es una de las modalidades más abominables de la degradación de la condición humana, porque es la organización colectiva más eficiente de la perversión clínica. Si el supuesto romance entre el sádico y la masoquista no pasa de ser una fantasía neurótica, la asociación entre sádicos, mirones y exhibicionistas encuentra su realización grupal en la realidad del terrorismo. No hay justificación ideológica que valga para condescender al terrorismo, incluso aquellas que en primera instancia se proponen como ideológicas y reivindicativas. Porque el terrorismo implica la abdicación de la palabra y el paso a la acción, que desmienten nuestra condición de seres hablantes y dotados de una conciencia ética. Bajo su apariencia de discurso y proclamas, solo hay afasia y renegación de la condición humana.

En el Ecuador no tenemos mucha experiencia en el terrorismo, y nuestro encuentro presente con sus actos perversos no puede dejar de ser traumático. Un trauma es la colisión brutal con un real inesperado y violento, que no puede ser suficientemente elaborada mediante la palabra y la elaboración de los afectos. Estamos viviendo un trauma nacional, aunque vivamos en el extremo opuesto a Esmeraldas dentro de nuestra geografía. Negarlo en el nombre de la erudición, del “análisis político experto”, o de la “información reservada” que no lo es porque se vierte obscenamente en las redes sociales, es una estupidez que deviene aliada del terrorismo. Han logrado hacernos sentir rehenes de su sevicia, sin necesidad de poner un verdugo en cada casa. Han logrado hacernos sentir miedo en la intimidad de nuestros hogares. Es la perversión grupal lograda.

¿Cuándo comenzó el terrorismo en el Ecuador? Esa es una discusión ociosa, para “analistas” e intelectuales, quienes siempre hallarán la manera de culpar al enemigo ideológico. ¿Fue con AVC, o empieza en los últimos años? Eso no importa ahora. La evidencia más reciente que tenemos es el ejercicio irresponsable de las redes sociales, y la incansable actividad de los troles asalariados o ad honorem que aún persisten, hasta donde me consta. Una de las consecuencias masivas del terrorismo es la división, o incluso la fragmentación de una sociedad o de una nación, y ese camino ya empezamos a transitarlo antes del primer dinamitazo en San Lorenzo. Un camino inicialmente incruento que ya ha causado odio y exclusión entre los mismos ecuatorianos. Sobre ese terreno “fértil” actúan ahora los verdugos de los tres periodistas del Diario amigo y fraterno.

No es el mejor momento para las acusaciones a los funcionarios, la descalificación de su gestión, y el pedido de sus renuncias. Porque eso es lo que quieren los terroristas. Mucho menos es el momento para “cantar” la caída de nuestro presidente, poniéndole apodos, porque eso se llama “miseria infrahumana”. Tampoco es el momento para rechazar el asesoramiento de expertos extranjeros, en el nombre de un “nacionalismo” ramplón. Ahora debemos estar unidos, ser valientes y responsables, solidarizarnos con todas las víctimas, rezar por ellas si somos creyentes y también si no lo somos, y apoyar a nuestro Gobierno –insisto– en todo lo que haga para sacarnos de este trauma con la menor pérdida posible. Ahora debemos decidir si queremos convertirnos en una nación, o quedarnos como un territorio habitado. (O)