Cuando pequeño, aprendí dos definiciones básicas de Ecuador: país amazónico e isla de paz. Mientras la primera perseguía una forma de identidad especialmente frente al conflicto con Perú, la segunda forma consistía en lograr un contraste frente a Colombia. Estos dos países referentes de la identidad atenazaban al país más allá de la circunstancia geográfica. En respuesta se buscó una tesis para estructurar a nuestro relato como forma nacional desde el aislamiento. La violencia que había inundado a nuestro vecino al norte no podía ser un espejo en el cual mirarnos.

Nuestra denominación como Ecuador quiere decir, entre otras cosas, equidistancia –modo igualmente distante a dos referencias– pero también punto medio –promedio de dos referencias–. Ecuador significa muchas más cosas y es muchas más cosas en nuestra circunstancia. La posibilidad de conformarnos como un “Estado tapón”, es decir el que evita la influencia de un territorio hacia otro, está inscrito en la voluntad de Bolívar. Cuando la funcionalidad de tapón se pierde, se abre la posibilidad de otro promedio y de otro tránsito para la mutua influencia entre los dos polos.

Hace tiempo mascullo la idea de que nuestro país está en trance de producir formas nuevas de identidad en la globalización, por un lado, a partir de los roles que nos asignan nuestros vecinos, Colombia y Perú, desde las influencias de sus economías y los roles que asignan a sus territorios y a los de sus vecinos; y, por otro lado, a partir de los roles que nosotros nos asignamos como sociedad nacional frente a nuestros vecinos, que corresponden a nuestros patrones históricos y a nuestra realidad nacional. Dicho rápidamente, mientras para unos podemos ser solamente una nación/territorio “de paso” entre dos realidades económicas –flujo de bienes, servicios, recursos y personas entre Colombia y Perú–, para nosotros, los ecuatorianos, quienes debemos reconocer la dimensión y especificidad de nuestra economía, podemos imaginarnos y empezar a desempeñar el rol de “acercamiento” entre dos economías y sociedades que nos rebasan en medio de las cuales tenemos roles e intereses específicos.

La larga digresión se dirige a comprender la explosión de violencia en el norte del país. ¿Qué hay en el mar de fondo de esa crisis en la seguridad nacional? Exploremos algunas hipótesis.

Al igual que otros países en el mundo con fronteras calientes, Ecuador sabe desde sus intereses nacionales, que debe evitar un involucramiento activo en las cuestiones de sus vecinos para preservar la paz en su territorio y las consecuencias económicas, políticas y sociales de un contagio. Estructura un statu quo por el que no colabora con la beligerancia, sino que la mantiene fuera de su territorio y coopera con la nación vecina hasta el límite en que instrumente sus intereses nacionales contra o en diferencia con los nuestros. En la situación actual se trató de un difícil equilibrio, que no debió romperse.

Durante años pudimos mantener ese estado de cosas. Colombia presionaba por un involucramiento en su conflicto en otros términos y Ecuador tomaba distancia desde sus intereses, esto es, preservar la paz en su territorio, consciente además de un conflicto que ocurre a escasos kilómetros de su capital. Además, ese conflicto mutó. Dejó de ser un enfrentamiento entre el Estado y una guerrilla, la que si bien inicialmente fue un movimiento social de asiento campesino luego se constituyó en soporte militar de la producción y traslado de cocaína. Posteriormente la firma de la paz debió complejizar aún más nuestros planteamientos de seguridad nacional. Coincidió con la década desperdiciada en manos del autoritarismo. En palabras del presidente Moreno, que me eximen de un mayor desarrollo, se trató de permisividad extrema para guerrilleros y narcotraficantes (“la posibilidad de que ellos hagan lo que les da la gana”). Correa rompió un estado de cosas en la frontera y abrió una nueva situación de inseguridad para Ecuador, por las nuevas condiciones que se le creó a la amenaza transnacional que con más facilidad penetra en el ámbito doméstico, el narcotráfico.

En poco tiempo celebrarán elecciones con una agenda propia respecto al narcotráfico y un rol para todo su territorio, incluyendo a sus fronteras. Este es también nuestro problema, aunque deberá tener una resolución solamente en manos de los colombianos. Esos intereses pueden ser diferentes de los nuestros.

En el correísmo no solo se rompió un statu quo, sino que comenzó a predominar una nueva fórmula de economía-política del narcotráfico. Me refiero a las condiciones económicas y políticas sobre las cuales el narcotráfico montó una nueva definición de funcionalidad para el territorio ecuatoriano favorable a sus intereses y concordante con sus definiciones en Colombia y Perú, países en los que se produce una fracción muy significativa para el consumo mundial de cocaína. En la última década, Ecuador ha ofrecido, por sobre su economía previamente dolarizada, inmejorables condiciones económicas y de seguridad para el tránsito de cocaína y para el resguardo de sus excedentes. El tamaño del país y su densidad demográfica, los precios y las condiciones económicas, las infraestructuras y las disponibilidades, las disposiciones penales y los limitados medios policiales de nuestro país ofrecen condiciones excepcionales al narcotráfico. Esas ventajas comparativas les fueron ofrecidas. Desconocemos la modalidad, es decir, si hubo contactos o una oferta de oportunidades como tantos ofrecimientos que se hizo. Pero el hecho está. Las políticas públicas ordenadas para el efecto lo evidencian.

Las coincidencias nos dejan perplejos. La pérdida del control estatal por parte de Correa y la destitución de su encargado de seguridad, operador de campo, del cargo de Presidente del Parlamento. Muchos hechos sorprendieron a la ciudadanía tanto como un conflicto espectacular, lleno de insinuaciones mutuas en el plano de la droga, con el agente penal del Estado ecuatoriano, el fiscal general, agente/colaborador, como otros, de Correa, en esa entidad. También en este orden, algo se rompió. Y ha tenido efectos devastadores. La violencia en Esmeraldas debe ser leída desde este código. Lo que se rompió en el statu quo regional va más allá. Le permite al narcotráfico plantear (forzar a) nuevas condiciones al Estado ecuatoriano, cuando Correa ni sus operadores permanecen en el poder.

Pero no se trata solamente de nuevas condiciones a que aspiraría el narcotráfico. A través de sus acciones insinúa que quiere acceso directamente al poder nacional de nuestro país y no solamente disponer de condiciones territoriales favorables como hasta ahora. El secuestro de los periodistas también abre otra puerta de interpretación. No solo por los términos de negociación de los secuestradores, sino porque nos pone al frente a los intereses internos del Estado colombiano y sus principales actores. En poco tiempo celebrarán elecciones con una agenda propia respecto al narcotráfico y un rol para todo su territorio, incluyendo a sus fronteras. Este es también nuestro problema, aunque deberá tener una resolución solamente en manos de los colombianos. Esos intereses pueden ser diferentes de los nuestros.

¿En qué modifica a la economía y a la política nacional la agenda emergente del narcotráfico para el Ecuador? ¿Por qué en este momento económico y político el narcotráfico busca modificar condiciones y acceso al poder nacional? ¿Es que el narcotráfico tiene una visión de lo que quiere de nosotros como Estado nacional? ¿Es que se aprovecha de nosotros que no tenemos una visión propia y estratégica de nación y de Estado nacional en este momento de la globalización?

(O)