El Gobierno optó finalmente por un esquema de ajuste gradual para enfrentar la crisis económica. La estrategia pone sobre el tapete de discusión si el gradualismo, con su progresivo ajuste de los indicadores macroeconómicos, no diluirá el efecto de golpe de timón que requería la economía para darle la vuelta al modelo implantado por la Revolución Ciudadana. Los empresarios y grupos económicos han reaccionado con una mezcla de optimismo y cautela: hay una redefinición conceptual del modelo, pero aún esperan una serie de concreciones que llegarán, se supone, en los próximos días. Los economistas heterodoxos, mientras tanto, cuestionan la economía política del ajuste: hay –según ellos– un giro a favor del sector privado, al que siguen viendo con ojos críticos, bajo el manto ideológico de ser –ni más ni menos– un grupo de evasores, como lo calificó un integrante del Foro de Economía Alternativa y Heterodoxo. A estos economistas les falta mayor integralidad en sus análisis para reconocer las dificultades heredadas por Moreno como consecuencia de un modelo que sobre endeudó al fisco –e inmoralmente maquilló las cifras–, se sustentó en la capacidad de intervención del Estado y descuidó el fomento del sector productivo.

Hay dos condiciones requeridas por el gradualismo para funcionar: por un lado, el Gobierno deberá mostrar una clara voluntad para cumplir con los objetivos trazados en el mediano y largo plazo; y por otro, mostrar que los primeros ajustes, aunque tenues, fueron suficientes para provocar una vuelta de timón. Sobre el primer punto, lo peor que le pudiese ocurrir al anuncio de la semana pasada es que su señal positiva de cambio empiece a diluirse en el tiempo. Habría sido bueno que el Gobierno saliese el mismo martes a concretar cada uno de los 14 anuncios de tal manera que el nuevo esquema fuera no solo diseñado sino implantado. Pero con Moreno las decisiones son lentas e improvisadas. Le ha tomado casi un año hacer el anuncio de las líneas generales del programa económico y, a pesar del tiempo transcurrido, muchas de las concreciones aún no llegan.

Sobre el segundo punto –la dimensión del ajuste– su aspecto crítico, riesgoso, derivaría de una insuficiencia de las acciones anunciadas para empezar a salir de la crisis, y el Gobierno no se vea obligado, a la vuelta de la esquina, a nuevas correcciones. Ese escenario pondría al país ante un ajuste más profundo y costoso, y ante una nueva pérdida de tiempo y de credibilidad del programa.

Quizá la mejor forma de dar confianza y certezas sobre el nuevo plan gradual sea mediante una clara definición de un conjunto de metas e indicadores cuyo cumplimiento progresivo en el tiempo sea la confirmación de que el Gobierno efectivamente cumple con un cambio de línea más allá de lo estrictamente conceptual. El gradualismo implica un ajuste lento pero también un modelo más equilibrado entre el intervencionismo estatal y la dinámica privada, ni los excesos de un modelo que ahogó todos los mecanismos de mercado, pero tampoco un Estado que repentinamente se retira del escenario para dejar hacer y dejar pasar. Pero el fantasma de un ajuste ortodoxo, duro, doloroso socialmente, al que nos dejó expuestos el irresponsable Gobierno anterior, solo se sacará del horizonte si el Gobierno muestra disciplina en el tiempo, reglas claras y un mayor sentido de oportunidad en las decisiones. (O)