Con honda preocupación el pueblo advierte que la frontera norte del país se convulsiona como resultado de una creciente espiral de violencia que se alimenta con atentados dirigidos en contra del personal e instalaciones de la fuerza pública, así como también, últimamente, con el uso del secuestro como arma para ejercer presión y generar terror. Detrás de estos actos delincuenciales se dice que están estructuras criminales vinculadas con el tráfico de drogas, las cuales además se conectan con grupos disidentes de las FARC y ELN que persisten en su afán de actuar al margen de la ley, convertidas en complejas organizaciones delictivas de alcance transnacional, que corroboran la idea de una nueva genealogía de la guerra, donde el enemigo no es muchas veces evidente ni visible como en el combate tradicional y las víctimas, por otra parte, se contabilizan en buena medida como civiles. Ejemplos dramáticos de esta lacerante realidad los tenemos en Siria, Yemen, México, Colombia, etc.

De ahí lo delicado de la situación actual en la línea fronteriza, especialmente en la provincia de Esmeraldas, en cuyas comunidades se muerde la pobreza como resultado no solo de los embates de una naturaleza que sacude con furia cada vez a esa tierra caliente, sino sobre todo, por el permanente abandono del poder público, cuya falta de presencia estatal genera condiciones para la inseguridad y la consecuente privatización de la violencia.

Por lo mismo resulta indignante escuchar que mientras ocurría el milagro ecuatoriano se haya “…mermado la operatividad de las fuerzas armadas y de la policía…”, hecho grave denunciado por el presidente Moreno, tiempo en el que la inteligencia del Estado habría direccionado su enfoque, con especial prurito, en espiar a los ciudadanos.

Empero, planteado así este oscuro escenario, no queda claro qué podrían argumentar los actuales funcionarios del morenismo y que en su momento sirvieron al mesías desde los ministerios de Defensa, Coordinación de Seguridad y del Interior, en cuyas secretarías de alta responsabilidad y especialización desfilaron desde un sociólogo, economista, politólogo, arquitecto, poeta, etcétera. A veces, los silencios resultan ensordecedores…

Lo cierto es que el Ecuador, más allá de las lamentaciones, debe actuar con firmeza, oportunidad y eficacia, en el propósito de precautelar la paz dentro del territorio, para lo cual es fundamental trabajar –con base en intercambio de información– con Colombia, a fin de acorralar y neutralizar a estos grupos delictivos que al momento crean zozobra y una explicable preocupación en la gente.

Es lógico que no tengamos la necesidad de inmiscuirnos militarmente en el conflicto interno de Colombia. No obstante, el haber asumido la calidad de facilitador en los diálogos de paz que desarrolla el Gobierno colombiano y el Ejército de Liberación Nacional en Quito, coloca al país en una condición incómoda antes que ventajosa, en la medida en que los grupos armados renuentes a entregar las armas, pueden desbordar sus acciones de violencia narcoterrorista hacia nuestro territorio. La condición de Estado vecino (inmediatamente próximo al área del conflicto) conlleva riesgos y hasta malas voluntades, más aún ante una frontera permeable y que hoy se ha vuelto caliente. Desde luego, el torpe correato, ávido de protagonismo, nunca valoró este factor desestabilizador. (O)