Las luces más tenues brillan más cuando se encienden en medio de la noche más oscura. Las personas que salieron a las calles para participar en la “Marcha por nuestras vidas”, convocada por los jóvenes sobrevivientes de la masacre ocurrida en la escuela secundaria de Parkland, se convirtieron en una vela de esperanza, que ha logrado iluminar al mundo. Algo inédito, no visto desde las protestas ocurridas durante los sesenta y setenta, contra la participación norteamericana en la guerra de Vietnam.

No deja de ser admirable que esta docena de adolescentes haya logrado despertar la conciencia colectiva de un país y del planeta. El impacto de estos jóvenes ha sido tal que han llegado a poner en aprietos a la famosa Asociación Nacional del Rifle.

Sin embargo, el verdadero logro de estos muchachos no radica en su poder de convocatoria. Su mérito está en la conciencia que han logrado hacer sobre el crítico impacto social que tiene el descontrol existente sobre el manejo y adquisición de armas en los Estados Unidos. Se está parando el acto reflejo de negar las consecuencias; ahora se dice abiertamente que el número de asesinados en escuelas locales es mayor que las bajas que ha debido enfrentar el ejército estadounidense en sus campañas militares desde Irak.

La sociedad norteamericana enfrenta finalmente el tabú cultural, generado alrededor de la segunda enmienda. La mala interpretación que se le ha dado ha generado este vínculo macabro entre la posesión de armas y la de la nación norteamericana. Aparecen ahora, de manera más desinhibida, quienes cuestionan la mala interpretación de tal enmienda; que exigen que dicha reforma sea entendida dentro de su contexto histórico, con un país apenas independizado, incapaz de armarse y organizarse ante la amenaza de una posible reconquista.

Ante el fortalecimiento de estas posturas, la vieja guardia ha salido con disparates increíbles. Apenas comienzan los entrenamientos de manejo de armas para profesores escolares en un plantel californiano, y dos estudiantes resultan heridos por disparos ocurridos de manera no intencional. Las declaraciones de Rick Santorum, sobre enseñar CPR a los estudiantes para evitar pérdidas humanas, parecen sacadas de una comedia. Atinada la réplica hecha por los chicos de Parkland, cuando le recuerdan al excandidato presidencial que “la técnica del CPR no salvará a nadie que haya recibido un balazo en la cabeza”.

Hay que dejar que la esperanza de tiempos nuevos y mejores nos levanten el ánimo. Eso sí, sin perder el contacto con la realidad. Los chicos de Parkland han logrado algo antes inimaginable. Es muy probable que muchos de ellos se vayan alejando de la participación cívica, a medida que vayan creciendo. Algunos de ellos entrarán en el mundo de la política, y posiblemente se dejen contaminar. Aun así, hay que aferrarse a la probabilidad de que uno de ellos se levante como líder y ejemplo para los nuevos tiempos, apegado a principios humanistas que no segreguen raza, religión o ideología alguna. Por minúscula que sea, esa es la mejor opción que tenemos.

Mientras tanto, vale la pena preguntarnos ¿qué ocurre con los jóvenes de nuestro país? ¿Tendrán algo nuevo y esperanzador que decirnos?(O)