Han transcurrido más de quince años desde que tuve conocimiento del caso Sullivan vs New York Times. Aquel caso en que una publicación en el New York Times, pagada por líderes afroamericanos de la lucha por los derechos civiles generó una demanda en Alabama del comisionado de Policía en contra del rotativo.

Carlos Pérez Barriga había sido designado presidente de la Asociación Ecuatoriana de Editores de Periódicos y me pidió acompañarlo como director ejecutivo, aventura que duró siete años y significó un punto de no retorno en mi vida.

Como lo mencioné en mi último artículo, la prensa ha estado presente en mi vida diaria desde que tengo uso de razón, pero a partir del 2003, me zambullí en las interioridades de la libertad de expresión y de las grandes luchas libradas en su defensa a lo largo de la historia.

En alguna columna anterior comenté en detalle el caso Sullivan vs New York Times y su impacto en la defensa de la libertad de expresión en el mundo, especialmente, en esa eterna disputa entre la prensa y el poder político gobernante.

Pero caminar por las calles de Montgomery, Alabama, que vieron a Martin Luther King Jr. levantar la voz y protestar por los derechos pisoteados del pueblo afroamericano, a Rosa Parks aferrarse a su asiento de bus y a estudiantes y activistas vencer el miedo al maltrato policial para dejarle a las futuras generaciones mejores días, proporcionan un contexto inigualable para quienes hemos estudiado el caso.

Es como retroceder en el tiempo 50 años en un abrir y cerrar de ojos; y entender la trascendencia del fallo de la Corte Suprema de EE. UU. y la teoría de la real malicia sustentada en la primera enmienda de la Constitución norteamericana, ya no desde la visión del siglo XXI y de las luchas de escritorio, de tribunales o desde las redes sociales, sino desde las calles de Alabama, desde los hogares de las familias discriminadas y maltratadas por el color de su piel, que encontraron una puerta en el New York Times para contar su historia al mundo.

El comisionado de Policía Lester Bruce Sullivan no solo representaba al funcionario público que quiere extender su poder por encima de la prensa, sino además a un Estado represor y segregacionista que se resistía a entender que los hombres nacemos iguales y con derechos fundamentales irrenunciables.

Funcionarios públicos como Sullivan siguen existiendo en todo el mundo, y víctimas de su represión y discrimen también.

Pero gracias al fallo trascendental del caso Sullivan vs New York Times, las cortes internacionales de derechos humanos cuentan con el estándar de la real malicia para defender la libertad de expresión, la labor periodística (que como toda actividad humana es susceptible de errores) y el derecho que tienen los pueblos a informarse de todo aquello que el poder quiere ocultar.

Desde esta columna rendimos reverencia a esta tierra, a su gente y a su lucha por los derechos civiles, mientras recorremos sus caminos, llenos de historia de libertad, dignidad y humanismo.

Hoy entiendo más que nunca el Sweet Home Alabama

(O)