Evidentemente estamos en otro periodo de la historia. De la teoría de los bloques y la globalización entronizados como modelos emergentes de relación entre países y personas, hemos dado un salto hacia la dirección del aislamiento y el escaso temor a las sanciones internacionales. Venezuela es un caso que sirve como prueba de que vivimos tiempos absolutamente diferentes a los preconizados como modelos únicos. Con la permanencia de Cuba en su estatus de dictadura personal capaz de sobrevivir los requiebres afectivos de Estado Unidos, y con este país cuyo presidente es capaz de volar seis horas hacia la costa oeste para observar los modelos de muros que se construirán en su frontera sur, debemos confirmar que el mundo se ha tornado menos ancho y más ajeno.

Organismos internacionales como la OEA o la ONU han mostrado claudicaciones y debilidades que solo sirven para demostrarnos que vivimos una nueva era donde instituciones que modelaron el mundo luego de la Segunda Guerra Mundial se muestran anacrónicas, costosas e incompetentes. Nada de lo que se diga en esos ámbitos tiene trascendencia y el repliegue hacia las fronteras interiores nos demuestra que el modelo aislacionista muestra una vitalidad nunca antes conocida. El movimiento tectónico es evidente en diferentes niveles y regiones. La salida del Reino Unido pone en tela de juicio el modelo integrador de la Unión Europea y golpea a la quilla de una barco tomado como referencia a nivel global. La salida de Estados Unidos del bloque del Pacífico es un mensaje claro de que vivimos tiempos nuevos con instituciones y miradas viejas.

El pobre secretario general de la OEA, Luis Almagro, ya no sabe cómo llamar la atención sobre el desgobierno en Venezuela, el mismo que él se encargó de consolidar cuando fue canciller uruguayo. Las contradicciones e incoherencias de varios referentes no ayudó para clarificar estas nuevas tendencias y por el contrario los colocó en el territorio de lo brumoso e incierto.

Es necesario relanzar una idea de valores globales que surja del diálogo cuyo eje central sea un mundo más equitativo y justo. No es posible lograr una concepción global cuando el mismo solo profundiza las diferencias y multiplica la pobreza locales. El grito populista de algunos gobernantes se sostiene en una retórica falsa porque no logra transformar sus riquezas en valores que hagan que la democracia institucional sea el amparo de todo ciudadano, incluido aquel que critica el modelo y sus promotores. Tenemos una nueva forma de dictadura sostenida lamentablemente en la pérdida de oportunidades por buenos precios de materias primas.

Hoy las cosas han cambiado. El mundo se ha vuelto más egoísta ya que el modelo global incluso en los países promotores no resultó en un bienestar colectivo y, por el contrario, prohijó sentimientos radicales que llevaron a escoger liderazgos aun más irracionales que la propia realidad que se pretendía modificar.

Hay que romper el aislamiento y promover valores globales compartidos con el trasfondo de una economía que funcione para todos y no para unos pocos egoístas que lucran aun más con el aislacionismo.