Dos veces al año ocurren los cambios de ciclo académico en la mayoría de las universidades del país. Eso significa que hay un grupo que concluye y se apresta a iniciar el siguiente nivel en la carrera universitaria que cursa. Hasta hace varios años, la proporción de estudiantes que aprobaban todas sus asignaturas era largamente superior a quienes las reprobaban. Felizmente, continúa existiendo el grupo de jóvenes interesados en aprender. Curiosos, participativos, disciplinados, con hábitos de estudio. Pero, en el transcurso del tiempo, progresivamente se ha ido invirtiendo la proporción: ahora la tendencia inclina la balanza hacia el lado de quienes reprueban. La cantidad de materias reprobadas y tomadas por segunda o tercera ocasión es indicadora de un problema académico que debe ser críticamente analizado en búsqueda de solución.

¿Estarán todos estudiando la carrera pertinente para ellos? Soy una convencida de que cada individuo tiene sus propias potencialidades que debe descubrir y explotar. No todos podemos ser médicos o abogados o ingenieros o arquitectos o economistas, si nos referimos a carreras clásicas. Muchos tendrán inclinación innata para una determinada profesión. La mayoría de ellos habrá ido sobresaliendo ya en el área respectiva durante el bachillerato. Otros habrá que no están decididos y requieren apoyo y orientación. Y habrá también otros que simplemente estudian lo que pueden o aquello a lo que tienen acceso. Creo que frente a esta última circunstancia estamos fallando. Refiriéndome a lo básico, por ejemplo, la oferta de carreras puede ser muy diversa dentro de las áreas de salud, derecho, construcción o ciencias económicas. Hay, además, carreras técnicas e intermedias que seguramente no llegan a ser conocidas por todos.

¿Estamos enseñando bien? ¿Estamos seleccionando buenos docentes? Ha sido clásico afirmar que la calidad del profesor se mide por la cantidad de estudiantes aprobados. Me parece que eso es relativo. Dependerá de muchos factores como el número de estudiantes por aula y como cuán homogéneos son los conocimientos generales de los alumnos. A menor número de estudiantes, más contacto con el profesor y mejor retroalimentación. Si los conocimientos básicos necesarios para la asignatura en curso son muy dispares, saldrán mejor beneficiados los más y mejor preparados, los más curiosos, los más dedicados. No solamente el estudiante debe estar convencido de que cursa la carrera adecuada, sino que el docente también debe estar convencido de su deber de formador y educador. Es una aptitud que nada tiene que ver con la calidad profesional.

¿Conocen las universidades realmente a sus estudiantes? No lo sé. A un departamento de bienestar estudiantil debería llamarle la atención que un alumno apruebe una asignatura en segunda o tercera matrícula y que eso sea algo que se repite con frecuencia. Un buen número de estudiantes llega a ciclos superiores sin buenas ciencias básicas, y se enfrenta duramente al ejercicio práctico de la profesión cuando tiene que analizar y discernir para diagnosticar y tratar. ¿Se identificó a esos estudiantes en los primeros años? ¿Se los asistió y orientó? Seguramente, identificarlos y asistirlos a tiempo podría ayudar a alcanzar mejor calidad profesional. (O)