Comenzando por las dos alcaldías de León Febres-Cordero y luego las cuatro de Jaime Nebot, Guayaquil habrá estado gobernada 27 años por los socialcristianos. Más de un cuarto de siglo que con algunos matices, pero con un mismo norte, ha hecho de esta ciudad un ejemplo para todo el Ecuador.

Es difícil en este espacio hacer una síntesis de todo lo que se ha conseguido. Quizás pudiéramos comenzar por la devolución a los guayaquileños de la autoestima que tan venida a menos la teníamos quienes vivíamos por estos lares. Febres-Cordero sin duda nos devolvió eso y mucho más. Luego, con el devenir de su administración, Guayaquil comenzó de manera indetenible su histórica transformación. El primer gran acierto estuvo en la elección de los primeros colaboradores y concejales, así como en solicitar la ayuda de la empresa privada, que colaboró con sus mejores hombres para que trabajaran los primeros años en el resurgimiento del nuevo Guayaquil. Posteriormente su liderazgo y el manejo empresarial y eficiente de la cosa pública hicieron que esta ciudad comience rápidamente a cambiar y trascender.

Acto seguido y sin pausa la administración de Jaime Nebot, recogiendo las ideas fuerzas ya implantadas en la mentalidad del guayaquileño, siguió respetando el 85% del presupuesto municipal para obras y servicios. Bajo este paradigma, con un presupuesto dolarizado, y con improntas personales que hicieron del Municipio de Guayaquil la institución más eficaz del Estado, logró que la obra pública municipal avanzara de manera indetenible a cada rincón del cantón, incluyendo las parroquias rurales. La regeneración urbana, las conquistas en materia de agua potable y alcantarillado, la apuesta decidida a colaborar con los más necesitados a través de planes de salud, nutrición, educación, deportes, innovación, emprendimiento, tecnología, etcétera, han cambiado para el bien el destino de esta ciudad.

Es verdad que para realizar un análisis objetivo debe también hablarse de los errores. Estas dos administraciones han pecado de un exceso de producción de normas, que al no estar codificadas, hacen muy difícil que el ciudadano pueda estar al día con los cambios que se producen en los trámites municipales y por ende en obtener su aprobación. Por otro lado, parecería que la agenda medioambiental no es lo suficientemente amplia ni tampoco la relacionada con el ordenamiento territorial y la planificación urbana, falencias que por cierto se presentan en la mayoría de los municipios del país.

A pesar de todo lo dicho, falta mucho por hacer en esta ciudad. Por ejemplo, su actual mirada al mar con el puerto de aguas profundas de Posorja y los nuevos proyectos como el de las Esclusas, que devolverá la navegabilidad en el estero Salado y en el río Guayas, y sobre todo el control de mareas, son nuevos retos que debe asumir el actual burgomaestre, pero también, el nuevo alcalde o alcaldesa de Guayaquil que elegiremos en el 2019.

Me encantaría escribir sobre nuevas ideas y proyectos que ustedes, amigos lectores, quisieran que se emprendan en nuestra ciudad, con más razón si estamos a las puertas del bicentenario de nuestra independencia. Anímense5 a hacerlo. Yo me comprometo a publicarlas. (O)