Así, removiéndonos los escombros políticos, los que aspirábamos haber empezado a acomodar, titula su último libro Juan Ortiz, cuya lectura y trabajo con la información que contiene, recomiendo efusivamente. Quiero compartir las reflexiones que me provocó. Para no comenzar a olvidar.

El libro propone un orden abierto para entender una masa de acontecimientos que se presentan como un caos, que esperan de una organización. Ordenar los datos es la parte central del análisis de la coyuntura. Desde allí, el libro se puede leer en varios sentidos: sigue líneas de la realidad, las de búsqueda de respuestas, las de los fenómenos, las de los otros planos de la política. Está compuesto por varios relatos. Paralelos. Convergentes. Separados. Que pueden dar lugar a diversas interpretaciones del conjunto de la coyuntura. De las voluntades políticas presentes. E incluso de las ausentes. Del funcionamiento de las partes, el gobierno, la sociedad, la economía. Para salir de la masa caótica de acontecimientos. Y quizás decidirse a actuar.

Esos relatos, y sus interpretaciones, juntos hacen la historia. La historia empieza cuando podemos pasar de la impresión al orden y del orden al acto. Los relatos no necesitan de congruencia. De la lucha que ahora asistimos, producto de las divisiones del “uno pretendido”, pueden salir congruencias o no. La coherencia lógica la ponen el lector, el intérprete, los actores. Los acontecimientos ordenados confluyen en el mismo final, que cierra una coyuntura. Y abre otra. Y nuevas claves para comprenderla. ¿La década de autoritarismo nos conduce hacia formas abiertas o formas cerradas de la política? Lo dirá nuestra capacidad de construcción. ¿Proseguir con la descomposición social y económica; o, en su defecto a (re)componer nuestra forma nacional e histórica?

Mi hipótesis hoy es que no podemos guiar la acción hacia un puerto seguro, no por el mar de porquerías –suciedad, inmundicia, pérdida de horizontes, canallada verbal– sobre las que navegamos (cada mañana temo escuchar o mirar los noticiarios) sino porque no sabemos hacia dónde vamos y queremos ir. Pocas cosas tenemos claras. Yo tengo claro, luego de esta década, que esta no es la democracia que queríamos. Pero fue la que construimos. Y de la que debemos hacernos responsables para encontrar una salida. Digo algo personal. Adoptar esta responsabilidad no me produce una evaluación negativa de las decisiones que he adoptado en mi vida política. Pero, el corolario, es que los resultados sí me han llenado de frustración.

El caos de acontecimientos, su velocidad, la ferocidad con que actuaron sobre las líneas más generales de conformación de la sociedad ecuatoriana (partidos, gremios, opinión pública) no nos permitieron ver el grado de descomposición a que estábamos y estamos expuestos. El libro nos acerca a los óvulos de aquella descomposición. Quizás a las larvas. De la corrupción, del narcotráfico… que ahora parece que quiere dejar la comodidad del dominio de los territorios y buscaría la relevancia del poder nacional.

El caos de acontecimientos, su velocidad, la ferocidad con que actuaron sobre las líneas más generales de conformación de la sociedad ecuatoriana (partidos, gremios, opinión pública) no nos permitieron ver el grado de descomposición a que estábamos y estamos expuestos.

Cada lector, supongo bien, es un laboratorio de sentimientos y de producción de reacciones lógicas y/o pasionales. Yo mismo me he sentido así. Impactado vitalmente. Inicialmente molesto. Irritado. Buscando, luego, respuestas, más allá de mi indignación, de la indignación colectiva. Frente a algunos acontecimientos –como por ejemplo el proceso Llori– me he preguntado ¿qué tipo de memoria me aflora? Es decir, cómo la reconstrucción periodística son formas de la memoria. Son memorias. Recordemos que la memoria es solamente una de las muchas lecturas de la realidad. La realidad social pasada es finalmente esas/todas las distintas e irreductibles formas de la memoria, de las memorias.

Algunos acontecimientos de esos diez años me llevan hacia una suerte de memoria libertaria –no heroica–, es decir a un reexamen de nuestras propias formas de ética y de épica. Porque en estos años surgieron muchas formas puntuales y valientes de epopeyas populares, en el movimiento indígena, en los periodistas, en los medios, en los maestros, en los barrios e incluso en los policías.

Pero la indignación también me opacó. He renovado mi desprecio al “Chucky seven”, tristemente célebre USB, por su significación, inscrito en los anales de la iniquidad jurídica de la nación. Sentí que algunos personajillos del poder se regodearon cuchareando a la porquería y que intentaron servírnosla. Lo que hiere personalmente y como ciudadano. La humillación fue posible por el vacío político que vive el país. Lo que más se parece al sistema político ecuatoriano es ese erial de El Aromo, además una de las sedes de la corrupción. Nos pasaron por encima y pretendieron aplanar cualquier forma de renovación social y política. Profundizaron la destrucción del sistema de partidos y pretendieron que solo hubiese uno. Debilitaron a la incipiente organización social y la llenaron de actores paraestatales, neofascistización criolla de la sociedad. Pretendieron castrar a la opinión pública e impusieron la Ley de Comunicación más represiva de este lado de occidente. Frente a aquello, ¿qué define al momento actual? La necesidad de llenar ese vacío. Hacerlo con instituciones democráticas.

El vacío define una paradoja. Todo pasa para que no pase nada. Eso ocurre cuando el sistema político es un barril sin fondo. No existen las estructuras que vuelvan sostenibles a los procesos que se desatan en la superficie, en la política. Se trata de un juego de redes sobrepuestas cuya dinámica e interacción es preciso armar. Es preciso mirar el conjunto para no sucumbir en la confusión y en la decepción. Para que no seamos, a la postre, la sede de una nueva “modernización fallida”.

Al leer el libro repudias la sensación colectiva de que los ecuatorianos fuimos violados políticamente una y otra vez. Que durante una década, el escarmiento y el miedo subordinaron a la indignación. Y que ahora nos merecemos la verdad. Como llave de construcción de futuro. Que debemos iniciar la redención por el lado más débil, la justicia. El delito de la violación política también debe ser imprescriptible. Para sancionar a los culpables. Pero fundamentalmente para que no vuelvan a hacerlo, a veces, con aval electoral, a veces, con aval institucional. Y también, con nuestro aval. (O)