Es gratificante oír y ver conciertos masivos como los de Viña del Mar. Miles de personas convocadas por sus artistas favoritos se deleitan con las canciones que conocen y corean junto con sus intérpretes predilectos.

Como no soy crítica de arte, ni de música, ni de canto, aprecio lo que disfruto y trato de conectarme con los gustos actuales, lo que atrae a los jóvenes y los fascina, los transporta, los embelesa. Y comienzo a entender por qué se desplazan distancias enormes para vivir la experiencia de escuchar y bailar con sus ídolos. Es un acontecimiento hipnotizante. Muchas personas se han enamorado, superado problemas de depresión a partir de la letra de esas canciones.

No sabía de la existencia del dúo Jesse y Joy, tampoco sabía que eran hermanos, que son mexicanos. Niños en los hombros de sus padres, jóvenes, adultos, mayores coreaban sus canciones románticas. Así que intenté dejarme llevar por la corriente como canta Mirella Cesa y ver si a mí también me contagiaba tanta euforia que transformó la Quinta Vergara en un mar de luciérnagas cuando todos prendieron sus celulares en un anfiteatro a oscuras.

De pronto, Joy dijo algo al introducir una canción: “Todos somos migrantes porque este planeta es un planeta prestado”. Fue una frase poderosa, inquietante y convocante. Dos afirmaciones contundentes empleando 10 palabras. Más conciso que Twitter… Me dormí arrullada en ellas y en su melodía. Como telón de fondo: Trump y sus desvaríos, los barcos, canoas, pateras, balsas, llenas de (deshechos para muchos) seres humanos que buscan un lugar donde vivir, trabajar y amar.

Y los que están del otro lado, del lado de la gente “bien”, armando barreras físicas, construyendo muros, con guardias y perros, ladrillos, alambres de púas y electricidad. O con barreras legales, visas, dinero en el banco, diplomas. O con fronteras ideológicas metidas en su cabeza y en su corazón, como nuestra vicepresidenta y nuestra canciller, que apoyan un régimen que se parece al de Pinochet pero con etiqueta de izquierda, que no ven ni sienten la gente concreta, que padece, sufre y se arriesga buscando en “este planeta prestado” dónde poder vivir, comer y curarse. La realidad para ellas no existe, el sufrimiento de los demás tampoco. Existe la idea que se han hecho de un socialismo que en nuestro país ha demostrado ser una vorágine de corrupción, de ambición por el poder de cualquier manera y a cualquier costo.

El Festival de Viña es un acontecimiento político. Visualiza cómo se vive la ciudad, el mundo, la amistad, el amor, las relaciones; algunas letras critican el sistema, como Mundo al revés, que cuestiona un mundo de consumo donde la educación nos convierte en adultos “normales”. Sin embargo, la felicidad es tan fácil: salir a caminar del brazo del abuelo, sentir el viento en la cara, agradecer el nuevo día. Otros se pliegan y mimetizan con lo que está de moda, aunque sus letras sean fofas y vacías, expresadas en un ritmo pegajoso, acompañadas de bailarinas con poca ropa.

Una encuesta gratuita sobre lo que gusta y lo que disgusta, expuesta en la gran pantalla de un festival. Mucho de qué disfrutar y aprender. (O)