En años recientes la política internacional correísta se hizo de la vista gorda con respecto de la violación sistemática de los derechos humanos en Corea del Norte, un país sojuzgado por una familia y una casta militar tenebrosas, lo que prueba lo estúpidos y fanáticos que pueden ser aquellos dirigentes políticos que se niegan a ver la realidad y que aceptan únicamente la invención de sus mentes delirantes. En una situación que parece provenir de una novela de aventuras, el escritor norcoreano Bandi consiguió sacar del país unos manuscritos que retratan el padecimiento del pueblo bajo el régimen comunista.

Por supuesto, para evitar su muerte, Bandi es un seudónimo, y en coreano significa “Luciérnaga”, a propósito de que, según Karl Marx, el capitalismo es un mundo de oscuridad mientras que el comunismo es uno de luz. Bandi refuta esa tal luminosidad porque su sociedad está cada vez más oscurecida por la farsa y la crueldad. En Corea del Norte el partido único se dedica a acabar con la dignidad humana de sus habitantes. En uno de los cuentos, una mujer decide no embarazarse debido a la tremenda precariedad en que vive con su marido, pues ni siquiera pueden comer normalmente cada día.

Son tan pobres que ella ingiere algo semejante a alimento para perros. Y, cuando su esposo va a trabajar, ella debe soportar los acosos sexuales del encargado del partido de la zona. Corea del Norte pone comisarios políticos en todos lados y aplica los castigos familiarmente: es ya una condena ser hijo de alguien que no fue un adepto al régimen. En otro relato, un niño de dos años se asusta ante un gigantesco retrato de Marx y ello es objeto de amenaza policial porque hasta los más pequeños deben ser fieles a la ideología oficial. Hasta el tipo de cortinas que deben verse desde la calle está controlado.

En el país regido por la dinastía Kim se puede desterrar a quienes resultan sospechosos. ¿Y cómo logran grandes concentraciones de masas en unas pocas horas? Utilizando el terror, según Bandi. En estas historias, los norcoreanos sufren por el desabastecimiento y no pueden ni calentar las estufas y chimeneas. Corea del Norte vive en el engaño y del engaño, anunciando la llegada de la perfección. En ese país el partido decide cuándo y por qué una persona puede viajar de un pueblo a otro. Al saber que su madre agoniza, a un hombre le impiden ir a verla porque la producción no puede retrasarse.

Ese hijo quiere llorar, pero “incluso llorar está considerado un acto de sedición y podía suponer una condena a muerte. La ley exige que la gente sonría pese a sus sufrimientos y cada uno debe tragarse solo su amargura”. Los funcionarios estatales están obligados a mentir para hacer creer que el comunismo funciona. Otro personaje se siente embaucado ante los eslóganes “El pueblo es el señor de la historia” o “Construimos el paraíso en la tierra”, “cuando en realidad ocultaban lo que no es más que la opresión de una dictadura”. La acusación (Barcelona, Libros del Asteroide, 2017) es el título de este magnífico libro.

(O)