—No puedo parar de llorar.

—Lo harás. En esta vida te sorprenderá todo lo que puedes superar, cariño.

Arrojan bebés al basurero y sobreviven. Hay adolescentes que chocan sus autos, se desilusionan, sufren una sobredosis y sobreviven.

Los adultos se agotan, hacen concesiones y fracasan, y siguen contando sus pasos a través de sus celulares.

Somos jodidamente resistentes, incluso cuando no queremos serlo.

—Ya intenté suicidarme una vez.

—Y sigues aquí, ¿no?

Esta conversación aparece en el primer capítulo de la quinta temporada de la serie Orange Is the New Black. Y quise citarla porque de alguna manera nos remite a la resiliencia. A esa capacidad de adaptarnos y superar situaciones adversas.

Lo adverso es percibido como desfavorable, enemigo o contrario al estado en que se desea estar.

Y ¿cuál es el estado en que se quisiera estar?

Traigo esto porque en mis años de trabajo con estudiantes y empresas he notado que existe una gran tendencia hacia la frustración por no ser eso que debiéramos o deseamos ser.

Eso que debiéramos ser es una construcción arbitraria que se hace en relación a lo que vemos y las expectativas que nos construimos como sujetos y actores sociales.

En otras palabras, creo que hay una presión enorme en dos caminos, el primero, con ser feliz, y el segundo, con el relato que somos.

Sobre la felicidad, sobrevalorada y ambigua promesa, algunos psicólogos la miden como un bienestar percibido subjetivo, entendiéndola como un estado subjetivo de bienestar que la persona percibe cuando su calidad de vida es buena. Calidad de vida es una diferencia entre mi realidad percibida y mi expectativa. Esa diferencia entre lo que percibo y creo que soy y lo que quisiera ser, si esa diferencia es muy grande, soy infeliz.

El segundo camino va por un terreno similar, tiene que ver con esa historia que contamos sobre nosotros, en contraste con la que otros cuentan de nosotros.

Esto no es algo nuevo, solo que creo que en el paradigma digital que vivimos se hace más presente y evidente.

Lo cierto es que en esta vida de inmediatez y storytelling, las cosas no son predecibles, todo cambia muy rápido, ubicándonos en un permanente estado de incertidumbre que involucra tanto el espacio y expectativas laborales como personales, y ante tal incertidumbre, la resiliencia podría venir a ser como el estado natural.

Entonces, deberíamos de pensar en educar para el cambio, lo que debemos enseñar a nuestros estudiantes y colaboradores en empresas es a aprender a gestionar y a gestionarse en el cambio.

Aunque ya no tendremos la tranquilidad de las respuestas correctas, ni un futuro predecible, aunque no sepamos aún si está bien apaciguar a nuestros hijos con una pantalla o dejar que los estudiantes usen el teléfono en clases, aunque dudemos si hay que dejar el consumo abierto de internet en las oficinas o debamos exponernos libremente en las redes sociales, creo que es una suerte y una oportunidad histórica ser los protagonistas de este cambio de paradigma que presenta el mundo digital, y podríamos estar acostumbrándonos al estado permanente de resiliencia, como un estado de felicidad. (O)