En la década del 70 se llegaba a la parroquia Las Pampas (Cotopaxi) recorriendo a pie, o a caballo, un sendero paralelo a un río. Este río impresionaba por arrastrar aguas amarilladas por restos expulsados de minas de plata. Una vez acompañé a algunos moradores en la presentación de su queja en un ministerio: carecían de agua potable para hombres y animales.

Los ecuatorianos de nuestro Oriente no se quejan, protestan por el daño causado a la vegetación y a la fauna, al medioambiente. Debemos también a ellos la preservación del Yasuní. El 67% de votantes exige esa preservación.

La preservación del ambiente parecería contrariar el dominio de los bienes materiales dado por Dios al hombre, como a “señor del universo”. Desde el primer capítulo el Génesis 1,26 expresa claramente que dominio es ejercicio responsable, pero no caprichoso, sino fecundo, al servicio de generaciones presentes y futuras.

Fernando Ortega, rector del Seminario de Ambato, extrae con claridad la enseñanza del papa Francisco acerca de ecología en Laudato si. (Revista Iglesia en movimiento).

Las personas pueden servirse de la naturaleza para satisfacer sus necesidades, cuidando no destruirla. Es inmoral el uso innecesario, exagerado, por parte de una minoría de la población. Este uso inmoral va unido al acaparamiento irracional, que dificulta atender necesidades de tantos marginados actuales.

Se evidencia la inmoralidad, a contraluz del uso moderado y solidario de personas de pasadas generaciones; ellas, por participar solidariamente, no menos felices que las actuales.

Muchos de ellos reutilizaban dignamente algunas cosas, como los vestidos de los hermanos mayores. Se ha corrompido el criterio, afirmando que la persona es socialmente importante, principalmente de acuerdo con su consumo. En este contexto se comprende el dicho popular “El rico vive del pobre y el pobre de su trabajo”.

La llamada “civilización de consumo” dificulta que se conozca que millones de personas sufren; que algunas mueren de hambre.

Los cada vez más difundidos procesos de distribución y venta de productos son un adelanto de la humanidad. La distribución de esos productos a los que no pueden pagarlos es lenta; no se dan pasos hacia la capacitación de los marginados para adquirirlos.

Francisco comenta: “Hoy se desperdicia aproximadamente un tercio de los alimentos que se producen”, “Desechar el alimento es como robar la mesa del pobre” (L.si n. 50).

No se cuidan las cosas; no importa que se estropeen, porque unos pueden sustituirlas inmediatamente, de acuerdo a exigencias de “desarrollo” económico.

La humanidad dispone de más recursos, distribuidos entre más personas, pero desigualmente. Un estudio libre de enfoques parciales señala la conducta personal y el sistema económico, como causas concurrentes de la productividad y de la desigual distribución. Francisco afirma que la desigualdad, “la crisis ecológica es un llamado a una profunda conversión interior”, porque “el ser es más importante que el actuar”, “Cristo no obliga a hacer lo que es bueno; invita a la persona a ser buena”.

“La humanidad necesita una ética sólida, una cultura y una espiritualidad”.

“La degradación ambiental y la degradación ética están íntimamente unidas”. (O)