La periodista Ivonne Guzmán ha tenido el gran acierto de ser la compiladora del volumen Gravedad cero: reflexiones posconsulta (Quito, Mediato, 2018), que contiene una serie de reflexiones de varios autores en torno a si hay un antes y un después de la consulta del 4 de febrero, debido a la sensación de larguísimo compás de espera “en el que flotamos sin ningún rumbo”. Roberto Aguilar lo dice todo con el título de su artículo ‘Correísmo: año 11’, pues Moreno no expresa más que el relevo de poder de la cúpula correísta: “El tiempo de Rafael Correa terminó por fin, pero la sociedad ecuatoriana de la que Rafael Correa es un reflejo continúa intacta”.

Al leer las respuestas de Augusto de la Torre, ante las preguntas bien planteadas de Bernardo Acosta, se revela todo un desafío en varios órdenes, pues, según él, “el saqueo al Banco Central era intenso y sistemático”. De otra parte, el desarrollo del país debe ligarse a la seguridad pública y al impulso del turismo, con el fin de evitar “una economía poco competitiva internacionalmente y con pocos incentivos para la inversión privada”. Carlos Rojas Araujo es clarísimo: No saldremos del oprobio en que hemos vivido si no se depura el sistema judicial, si no se elimina la mordaza a la libertad de expresión y si no se diseña un nuevo sistema electoral.

El libro está acompañado de dos verdaderos ensayos en formato de caricatura. Vilma Vargas, con una finura inigualable, sugiere que Correa y Moreno son las dos caras de la misma tortilla, mostrando las ambigüedades de Moreno. Por su parte, Luján ironiza la consulta popular recordándonos que la democracia no se reduce a la consulta ni a las elecciones. Stephan Küffner desnuda lo vergonzoso de las actuaciones de la Cancillería ecuatoriana durante el correísmo, hasta el día de hoy, en la que la ignorancia y la torpeza han caracterizado las gestiones de los ministros de Correa. ¿Cómo es que la canciller Espinosa sigue en funciones?

María Helena Barrera-Agarwal explica la destrucción de la institucionalidad del Estado de derecho que se dio con el correísmo, especialmente “la negación de todo respeto por la palabra escrita y, por extensión, por la cultura que ella representa”. La era de Correa es sinónimo de desprecio a la cultura, pues se dio “una concertada acometida contra los fundamentos del Estado de derecho”; en su lugar, se promovió “la pedagogía de lo arbitrario como modelo de conducta promovido desde el poder”. Por eso aboga por una cultura del diálogo.

Leonardo Valencia resalta cómo fueron arrasadas la independencia del Poder Judicial y la capacidad controladora del Congreso y la Contraloría, lo que produjo verdaderas infamias que ponen en duda un futuro promisorio y deshace el mito de Correa como un estadista: “Lo cierto es que las mejoras las podría haber hecho cualquier gobierno medianamente sensato y responsable, y menos ostentoso, sin tanto discurso político, ni tanto gasto en propaganda, ni tanta corrupción, y no gobernando solo para unos”. Su llamado es para que los opuestos podamos convivir: “Un país de futuro debería hablar menos de los políticos y más de la situación de las personas”. (O)