Leía en días pasados un interesante artículo que mencionaba el singular fenómeno político que se produce con el activismo de un expresidente severamente distanciado con su sucesor, el cual había sido su aliado y formaba parte del mismo partido o agrupación, advirtiendo que si bien no se trataba de un hecho inédito en la región, pues existen varios ejemplos de confrontación de ese tipo, lo ocurrido en Colombia con la disputa entre Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe y más recientemente con la pugna entre Lenín Moreno y su antecesor, evidencia la fragilidad de determinadas relaciones políticas.

Debe aclararse, en todo caso, que la comparación es útil pero no refleja necesariamente comportamientos similares en cada país; en el caso colombiano, la relación entre Santos y Uribe es una verdadera historia de amistad y odio, pues de grandes aliados pasaron a convertirse en feroces adversarios, recordando que poco después de que Santos ganara la presidencia, agradeció a Uribe señalándolo como el colombiano más importante de todos los tiempos, sin embargo, las diferencias fueron apareciendo paulatinamente hasta llegar a una ruptura total. Se argumenta que Uribe consideró en su momento que Santos seguiría de forma fiel y estricta la llamada línea política del “uribismo”, línea de la cual se despegó progresivamente el actual presidente colombiano. En todo caso, la polémica entre Santos y su antecesor convirtió a Uribe como el verdadero jefe de la oposición con niveles de popularidad inclusive más altos que los de Santos.

No es posible, al menos por ahora, marcar un paralelismo entre lo ocurrido en Colombia y las relaciones políticas entre Lenín Moreno y Rafael Correa, advirtiendo, eso sí, un detalle importante, pues a diferencia de la ruptura progresiva entre Santos y Uribe, el nivel de confrontación en el caso ecuatoriano se activó poco tiempo después de haber asumido el poder Lenín Moreno, es decir que podría argumentarse que más allá de las apariencias, existía una situación de tensión e inconformidad latente entre Moreno y Correa, ignorada por la mayoría de los ecuatorianos. Recuerdo que cuando se empezaron a dar las primeras señales de distanciamiento, muchos analistas sugirieron la posibilidad de un “tongo”, pues consideraban poco probable un enfrentamiento de las relaciones en tan corto lapso, a lo que se agrega el hecho de que convencidos correístas siguen militando en el actual régimen, sin embargo, a estas alturas parece ser inequívoco y definitivo.

¿Se convertirá Correa, al igual que Uribe en Colombia, en el principal enemigo político del actual mandatario? Conocido el beligerante protagonismo del expresidente, es muy probable que así ocurra, reeditando disputas parecidas en la historia ecuatoriana, siendo imposible sugerir un desenlace, especialmente si se toman en cuenta las derivaciones legales de casos que están siendo investigados por la justicia de nuestro país. Quizás recién en ese momento se podrá conocer qué tan lejos han querido llegar los enemigos cercanos. (O)