Febrero significa temporada de cine. Si bien este año los Óscar serán el cuatro de marzo. De la abrumadora (y también positiva) cantidad de premios, solo me referiré al más común: mejor película. No se trata de hablar de la posibilidad fáctica de que exista una mejor película, recordemos a Woody Allen no asistiendo a la premiación de su Annie Hall, ni mencionar si es aún posible hablar de algo “mejor” en el mundo posmoderno, ni por qué las “mejores” películas tienen que ser estadounidenses. Hoy me preocupa más a qué hace referencia el premio. ¿Qué se valora como lo mejor? O, ¿qué se valora más? El tema es que los últimos años (acaso desde que sigo el evento) acabo relativamente decepcionado. A ver, todas las películas son más o menos buenas, pero hay un ambiente que rodea los premios que siento que termina siendo decisivo. Y ese “ambiente” no parece interesado en el cine como arte. Creo que hace falta más #OscarsSoArt y no #OscarsSoWhite, #OscarsSoGay, #OscarsSoWhateverButNotArt, o el mismo #MeToo. Nadie niega que es importante la igualdad y el respeto, pero si Mejor Película no aspira a ser una premiación a una obra de arte, no sé a qué aspira.

Me parece, insisto, que el cine en su forma más elevada es arte. Así como hay incontables películas que no lo son, a lo mejor con una actuación decente, pero en definitiva un video sin más. Es algo evidente, basta comparar cualquier película de los Vengadores con cualquiera de Batman de Nolan. Entonces, parece lógico, al menos me sucede, que cuando veo la premiación final espero que la “mejor” película sea la “más” artística (sin discutir si cabe aún hablar de esa manera).

Sin embargo, el “ambiente” al que hice alusión busca (solo miremos los hashtags) utilizar el premio como medio de compensación social, cuando no de adoctrinamiento. No sé si llegan a ser tan maquiavélicos como para procurar identificar lo “mejor” con una determinada idea o situación política, en todo caso es alumbrar un problema. Repito, es lamentable lo que ha pasado con determinadas minorías, solo creo que los premios (en principio) buscan homenajear el arte, mas no dedicarse a retribuir las injusticias. Y si el arte en algún momento ha promovido esas injusticias, es precisamente cuando ha sido “utilizado”, politizado, en nombre de una bandera, de una ideología. En definitiva, cuando el arte ha dejado de ser un valor en sí mismo (el goce por el goce, la belleza por la belleza, la contemplación por la contemplación).

Una última posibilidad es que no haya ninguna mano detrás de todo, y eso es aún más triste: la incapacidad de conmoverse ante la obra de arte. Si no surge ese thaumázein (asombro) ante la presencia de lo bello, entonces es comprensible que la atención se centre en otras realidades “humanas, demasiado humanas”. Ya dijo Croce sobre los críticos que “están dotados de una extraña inmunidad que les permite pasar toda una vida lidiando con volúmenes de poesía, publicándolos, añadiendo notas al pie, discutiendo diversas interpretaciones, estudiando fuentes, rastreando información biográfica sin el menor riesgo de ser personalmente infectados con el fuego poético”. (O)