Aparentemente, el mundo que habitamos es moderno, renovado, progresista y sin las taras del pasado. Pero no es así: ni la nueva comprensión de justicia que hoy empleamos ha podido eliminar de nuestras prácticas cotidianas, por ejemplo, el racismo. Incluso hay sociedades, como la estadounidense, en las que aún se libran combates en nombre de la raza. Quién es un ciudadano con plenos derechos y quién no es una cuestión que sigue dividiendo muchos países. Hasta hay muros que son erigidos para hacer extrañas a millones de personas. Y saber que el 8% de los presos del mundo son negros es otro muro.

Hijo de un capitán local del Partido de los Panteras Negras, el escritor norteamericano Ta-Nehisi Coates ha publicado el libro Entre el mundo y yo (Barcelona, Seix Barral, 2016), que es la carta que un padre le dirige a su joven hijo, tratando de explicar cómo es ese universo en el que tener la piel negra puede ser algo peligroso. “Quiero que seas un ciudadano consciente de que este mundo es terrible y hermoso”, le dice, enseñándole, con la historia, que el cuerpo de los afroamericanos puede ser destruido con cualquier excusa, pues está expuesto a las drogas, a las armas, a las violaciones, a las enfermedades.

Es claro que la ficción de la ley no protege a todos, pues lo que Coates señala es que existe un sistema para que el cuerpo de los negros sea roto. Esta es la gran herida norteamericana, en la que el racismo, para los negros, no es una abstracción; todo lo contrario, es una experiencia sobre el cuerpo “que hace saltar los sesos, bloquea tráqueas, desgarra músculos, extrae órganos, parte huesos y rompe dientes”. El racismo produce dolor y humillación reales. En los Estados Unidos los negros han estado esclavizados más tiempo del que han sido libres: varias generaciones solo conocieron las cadenas.

“Los americanos creen en la realidad de la ‘raza’ como rasgo definido e incuestionable del mundo natural. El racismo –la necesidad de asignar a la gente unos rasgos inmutables y luego humillarla, reducirla y destruirla– es la inevitable consecuencia de esta condición inalterable”, observa Coates, quien basa su razonamiento en esta tesis: “La raza no es la madre del racismo, sino su hija”. A fin de cuentas, la raza es solo un asunto de genes; sin embargo, “el 60% largo de todos los jóvenes negros que abandonan los estudios de secundaria acaban en la cárcel. Esto debería deshonrar al país”.

En definitiva, Coates busca responder la pregunta de qué hacer para que en un país se impongan estándares morales superiores que faciliten la convivencia en un mundo de verdadera ciudadanía universal. Malcolm X decía: “Si eres negro, has nacido en la cárcel”. Coates, que creció en una Baltimore en la que “a todo el mundo se le habían llevado algún hijo las calles, la cárcel, las drogas o las armas de fuego”, quiere rebelarse contra ese destino sin esperanza en el que nadie sale indemne del ambiente hostil que produce el racismo. ¿Cómo es de terrible y hermoso el mundo de los negros en el Ecuador? (O)