Más allá de los previsibles resultados de la consulta popular que se celebrará el día de mañana, es fundamental tener claro que la manera más sólida de garantizar la alternancia democrática es incorporándola como “un rasgo natural de la cultura ciudadana o política de una sociedad”, pues a la postre es la forma idónea de combatir cualquier especulación contraria que sugiera el desafuero de la reelección presidencial indefinida. Para ello resulta fundamental hacer alusión directa a la experiencia histórica y a los innumerables ejemplos que han demostrado que la única vía “para asegurar el desarrollo, la estabilidad y la supervivencia de un sistema democrático es el que asegura la existencia de fuerzas partidarias de signos diferentes que sean capaces de agruparse en el ejercicio de gobierno”.

La experiencia histórica antes señalada demuestra una verdad irrefutable: virtualmente todos los gobernantes que han intentado perpetuarse en el ejercicio de poder, rechazando la alternancia como fundamento democrático, han impuesto un estilo autoritario, identificándose abiertamente con aquellas posturas del pensamiento único y del absolutismo; no es posible encontrar mandatarios con verdadero talante democrático que repudien la alternancia y más bien consideren que la posibilidad de la reelección indefinida constituye un derecho popular, sin caer también en la especulación que sostiene que si el pueblo así lo decide, la alternancia termina siendo un mero ejemplo de palabras. Precisamente y ante esa posibilidad, es que la alternancia en el poder debe ser también consolidada en un sólido marco constitucional que impida, por esencia, cualquier desafuero invocando derechos de participación política que a la postre no son sino ociosos pretextos de la reelección indefinida.

No es posible olvidar que en la gestión del gobierno anterior se desarrolló, fiel a sus convicciones, un propósito obstinado de consolidación permanente en el poder, para cuyo efecto se incorporó una alteración fundamental a la estructura del Estado ecuatoriano bajo el maquillaje de una simple enmienda constitucional; eran los reflejos de una teoría del poder que se propagó en varios países de América Latina y que todavía sigue reflejándose en el malogrado escenario de algunos gobiernos alineados. Sin embargo, hay que reconocer que más allá de la teoría política que en muchas ocasiones puede entusiasmar y desbordar de una manera equivocada, son los innumerables ejemplos los que ratifican la necesidad de la alternancia, recordando que “en ningún sistema democrático el autoritarismo, el totalitarismo y la permanencia absoluta en el poder se alientan como sus fines más propios”.

La falta de alternancia y el intento de consolidación de un poder permanente no son riesgos sencillos, aún más cuando la lección es repetitiva: el gobierno que dirige un país durante dilatado tiempo “tiende a corromperse, olvida sus ideales, pierde su cohesión, se aleja del sentimiento y de la opinión del pueblo, se torna en rutinario, empieza a creerse invencible o de fraudar en las elecciones, ya no teme a los controles, se comporta cínicamente, hace defecto las ideas y surgen las contradicciones incluso cotidianas”. Como para que nunca más unos cuantos audaces nos traten de embarcar en tan desaforada aventura. (O)