Todos los contenidos del referéndum y la consulta popular del próximo domingo son relativos frente al gran objetivo detrás de su convocatoria: cerrar el ciclo político de Rafael Correa, cortar sus anacrónicos delirios caudillistas en el siglo XXI y terminar con la Revolución Ciudadana como proceso social y político fallido. Desafío enorme el que tenemos por delante, histórico incluso, a la vez que limitado, porque después de la consulta el país tendrá que pensarse íntegro de nuevo. No caigamos los ciudadanos en el juego simplón de la publicidad política que ofrece nuevos milagros con la sola consulta: reinstitucionalizar la democracia, proteger el medio ambiente, tener empleo, acabar con la corrupción y defender a nuestros niños. Todos esos propósitos loables solo vendrán con procesos largos, esfuerzos sostenidos y perseverantes, y no de una consulta pensada, concebida y diseñada para terminar con el correísmo y sus increíbles abusos de poder.

Desde esta pequeña tribuna me uno de modo entusiasta y militante a favor de ese gran objetivo político. Me sumo a todos los malestares expresados en los últimos días en contra del expresidente a lo largo del país, en unos casos con una gran indiferencia y en otros con un rechazo abierto y hasta hostil. El caudillo abandonado y abucheado. Son reacciones a la prepotencia y a lo que hemos confirmado en estos sorprendentes, inesperados y dramáticos ocho meses: que detrás de tanta palabrería, de tanta tarima, de tanta arrogancia, había enormes falacias y mentiras. Muy poco hay para rescatar de la Revolución Ciudadana y sí un mar de indignaciones que nos deja una élite política ensimismada por su convicción de haber sido la expresión máxima de la voluntad popular. Nos lega corrupción, abuso, maltrato, despilfarro, autoritarismo, arrogancia, soberbia, crisis de modernización y desarrollo. Sus integrantes se treparon a un pedestal y desde allí se sintieron superiores, geniales, refundadores, que el país empezaba con ellos. Desde esa arrogancia restringieron libertades, insultaron, dilapidaron recursos y se los robaron. Cuando fueron desnudados, gritaron “traición, deslealtad”.

Desde esta pequeña tribuna me uno al rechazo a Correa y al correísmo como movimiento que ensalzó la figura del expresidente hasta convertirla en un mito redentor. Rechazo uno a uno a quienes pusieron las manos al fuego por Glas, el vicepresidente preso, a quien la justicia no tuvo más remedio que sentar en el banquillo. La consulta se podría ver como una continuación de la justicia aplicada a Glas. Es hacer un gran enjuiciamiento político a un proceso fallido, que nos deja envueltos en enormes problemas y obligados, ¡qué dramático!, a repensarlo todo. Nos feriamos una década de bonanza.

Que esta consulta, y el momento que abrirá, sirva para valorar los términos de una convivencia democrática hoy reconocidos por la experiencia en negativo de una década: respeto ciudadano, tolerancia, transparencia, pluralismo, vigencia institucional, desarrollo sostenible, igualitarismo social. Volvamos a la idea difícil pero inevitable de que los procesos son largos, trabajosos, sacrificados, y no el resultado de milagros ni de farsantes que vienen a prometerlos. Solo un esfuerzo continuo, de permanente compromiso y servicio hacia los demás, y no del engrandecimiento vanidoso de unos pocos abusivos, traerá democracia.

Siete síes son un gran No. (O)