Los agricultores no han logrado captar suficientes espacios políticos que les permitan influir en las decisiones gubernamentales que les atañen, postergando la atención de sus aspiraciones por parte de altos niveles estatales, se observa además que sus débiles gremios no descuellan entre otras organizaciones productivas, permaneciendo ignorados en los conversatorios, sin el peso que corresponde a la real valoración del sector en su conjunto. Solo en raras ocasiones han logrado que un elemento vinculado directamente con ellos desempeñe la cartera de Agricultura, que facilitaría sintonizar sus necesidades y, por consecuencia, la solución a sus apremiantes problemas.

Es innegable que el pronunciamiento popular de las grandes urbes determina la selección de las autoridades de los poderes Ejecutivo y Legislativo, siendo muy escasas las excepciones en que se elijan representantes con alma rural, tornándose necesaria una labor de concienciación sobre la importancia y trascendencia de lo agrario en el convivir nacional, a efectos de orientar las decisiones electorales a favor de ciudadanos comprometidos con un cambio radical hacia el desarrollo del preponderante segmento productivo nacional; los partidos y movimientos políticos, reconociendo la centralidad rural, deben sentirse obligados a incluir en sus cuadros directivos y proponer candidaturas de líderes agrarios que una vez electos luchen por reivindicaciones campesinas, huérfanas de innatos defensores.

Una seria investigación social (Croplife 2015) determinó que un contundente 86% de la población de selectas capitales latinoamericanas tiene una imagen positiva de los agricultores y respaldaría sus sensatas propuestas; mientras que un gran 93% califica a las actividades del campo como muy importantes, pero coincide en que hacen falta tecnología e innovación para impulsarlas y otorgarles la rentabilidad de la que siempre carecen, causa principal de su desdicha; y se encuentran con la descarnada realidad que solo uno de cada cinco campesinos entrevistados se considera debidamente atendido por sus gobiernos. La percepción positiva que tienen los ciudadanos de los centros poblados sobre el esfuerzo campesino y la necesidad de su justa retribución es una base consistente para el empoderamiento de los empresarios agropecuarios, pequeños, medianos o grandes, no visualizada políticamente.

Un reciente trabajo efectuado en Uruguay, típica nación agropecuaria, ratifica los datos antes señalados; sin embargo, la mayoría de los citadinos encuestados no está convencida de que la agricultura y las labores que de ella se derivan representen un medio de realización personal y posibilidad de lograr una ocupación digna o emprendimientos rentables como para cautivar a los jóvenes urbanos y rurales a inclinarse por el campo o estudiar en centros superiores agrarios que les permita crecer y ser felices, tristemente un buen porcentaje de ellos comparte esa negativa manifestación, frenando el remozamiento y modernización agraria que se anhela.

Lo expresado induce a invocar a las facultades de agronomía, a los gremios profesionales del área, a que asuman el firme compromiso de robustecer el convencimiento de que lo agropecuario es el fundamento de la economía nacional, pues ha entregado producción, divisas, empleos dignos y alimentos suficientes, demostrando a los jóvenes del campo y la ciudad que el agro con tecnología e innovación es la respuesta a sus aspiraciones personales, siendo además fuente inagotable de bienestar y medio eficaz para doblegar la crisis imperante. (O)