Debe ser muy difícil ser papa y argentino a la vez. Francisco lo combina muy bien y ejerce ambas tarea de manera impecable. Dijo que venía de un país del “fin del mundo” –nunca sabremos si fue un elogio o un insulto– cuando fue elegido como el vicario de Cristo en la tierra. Muestra un deseo de cambiar una iglesia desbordada de hechos de corrupción en un mundo igual. Decidió cambiar de aposentos y de modales. Quiere ser un pastor con “olor a ovejas” procurando guardar distancias con su predecesor renunciante el teutón Benedicto que gustaba de calzar zapatos de marca y vivir como papa.

Bergoglio sigue buscando sintonizar con un mundo en cambio que siente la urgencia de la transformación pero al que reconoce los grandes retos que supone dicha transformación cuando repite una y otra vez que "recen" por él. Como buen jesuita combina bien los extremos y busca un medio que construya un pontificado que deje huellas. Su último paso por Chile y Perú ha sido un buen ejemplo de su carácter. El país trasandino donde estudió en sus seminarios, le ha sido hostil. Defendió a un obispo cuestionado por su grey sobre el que puso sus manos al fuego afirmando que las afirmaciones de pedofilia son todas infamias. Los chilenos que constituyen con los uruguayos los menos católicos en cuestiones publicas y cercanos a una idea laica que separa lo religioso de los asuntos públicos, cuestionaron con su ausencia sus actos masivos convocados. Perú fue su revancha, aunque en ese terreno donde lo político está severamente cuestionado luego de la amnistía a Fujimuri por un presidente acorralado por el escándalo de Odebrecht, afirmó lo que todos decimos pero de manera contundente: la política está inficionada de corrupción. Volvió a sintonizar con las masas y el más del millón de peruanos en la misa de despedida fue un baño de multitudes a los que los pontífices están más acostumbrados que los cuestionamientos de los chilenos.

Bergoglio casó en vuelo a unos sobrecargos poniendo una nota de color y dejando en entredicho a los curas párrocos que exigen una serie de cursillos y charlas antes de contraer matrimonio. Los dejó fuera de juego con un gesto que le hizo ganar simpatías en los territorios donde su iglesia tiene más necesidad de ganarse adherentes. Sobrevoló su tierra argentina postergando de nuevo una visita a su tierra e incomodó a los suyos, que lo ven demasiado peronista en sus visitas frecuentes al Vaticano de este sector político ahora en la oposición. Francisco es por sobre todo argentino y más de uno afirma que es probable que acabe sus días como cura en alguna iglesia del “fin del mundo”. Mientras tanto, incomoda al establishment aunque mide sus pasos muy cuidadosamente para no ganarse más adversarios en una curia romana que no lo ve con buenos ojos. Aunque pide humildad, no le gusta que lo cuestionen, especialmente cuando toca a uno de los suyos, como el obispo chileno.

Sintoniza bien los grandes temas de la sociedad pero no desea para nada, aunque esté equivocado, que le llamen la atención. En un mundo desbordado sabe bien que transita su pontificado sobre los desbordes de un tiempo singular que lo tiene como protagonista, aunque se empeña en afirmar que nunca había querido el cargo que ostenta. Argentino al fin... incluso en ese rasgo de modestia cuestionable.