Tal vez usted también tenga esta impresión: no siempre conocemos o reconocemos los dones que tenemos como seres humanos y menos aún nuestros defectos.

¿Será por eso que en ocasiones no coincide nuestra autovaloración con la que tienen de nosotros otras personas?

¿Se deberá a una cierta tendencia a destacar penas, dificultades y problemas que se nos presentan y no las alegrías, facilidades y soluciones que generalmente las superan y no solemos valorarlas como debería ser?

Hay personas que tienen tendencia al pesimismo y otras al optimismo.

¿Por qué será?

Algunos de los que más saben explican que las raíces de ello podrían ser genéticas; pero otros, que también saben más, nos enseñan que proceden del ambiente y la formación que recibimos, consciente o inconscientemente, a lo largo de la vida.

Constituye tarea fundamental de los padres genéticos o de crianza, y de quienes conforman el entorno familiar o social, dotar a toda persona, con el ejemplo y la enseñanza, de suficientes elementos de autoconocimiento y valoración, de tal manera que permita identificar, desde la más tierna infancia, virtudes, valores, aptitudes, posibilidades y buenas amistades, así como las dificultades, debilidades y más adelante vicios e indebidas compañías que puedan desviarnos de la senda de la religiosidad, el civismo y la solidaridad con los más necesitados, esto es, todo aquello que se requiere para estructurar una personalidad orientada, construida y decidida a la realización del bien personal, pero también del bien común.

¡Qué importante es que los seres humanos tengamos conciencia de nuestros deberes personales, familiares, sociales, cívicos y políticos; así como también de la responsabilidad que acarrea su desatención, pues genera consecuencias negativas personales y comunitarias!

¿La situación deplorable en que se encuentran ciertas comunidades se ha originado exclusivamente en ellas mismas?

¿Habrán sido afectadas por factores externos ajenos a la voluntad de quienes las conforman?

¿De qué manera las normas y actuaciones originadas desde los organismos del poder político, individuales o colectivos, inciden negativamente en la vida y desarrollo de los integrantes de los diversos estratos sociales?

¿Puede la ciudadanía, desde su inmensa pasividad y casi total inacción social y política, considerar a los gobernantes de cualquier nivel como los únicos responsables de las situaciones que padece?

La participación ciudadana efectiva debe ser considerada no solamente como un derecho de las personas sino, sobre todo, como un deber.

Así debe ser inculcado, con civismo y buena fe, desde los hogares y reforzado en los centros de educación formal, en los que deberían conocerse y promover los medios de integración ciudadana para la actividad y participación política.

Mientras esta sea una cuestión en que intervienen solamente políticos, afiliados a movimientos y partidos, la gran mayoría de la población no pasará de la queja y el rechazo verbal y habrá que contar las veces en que será escuchada.

¿La ciudadanía debe reivindicar para sí el privilegio de decidir las políticas nacionales o locales y su debida aplicación?

¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)