Para vivir bien es necesario reconocer los errores cometidos. Esto sirve para lo personal, lo familiar, lo laboral, etcétera. Ciertamente, aceptar las metidas de pata exige, en primer lugar, honradez con uno mismo, lo que no es fácil. Existen también las equivocaciones políticas y, justamente porque estas se dan en la esfera de lo público, lo que puede afectar a millones de personas, es imperativo hablar con claridad y frontalidad cuando se yerra. Nuestra cultura política –enlodada aún más en la era del fanatismo correísta (llevamos once años ininterrumpidos del gobierno de Alianza PAIS)– es muy pobre en autocrítica de los políticos.

El caso del escritor francés André Gide (1869-1951) es ejemplar porque él fue uno de los intelectuales prosoviéticos que mostró una fe ciega en aquello que los soviéticos decían que era el socialismo que estaban construyendo, a pesar de varias evidencias que señalaban lo contrario. Hasta que, en 1936, fue invitado a visitar Rusia por dos meses y entonces dejó de creer en la utopía comunista y regresó ensombrecido por lo que había observado: servilismo con el dictador, intolerancia violenta con las opiniones heterodoxas, desinformación y mentiras oficiales, estatismo ineficaz, miseria en las calles de la ciudad y en el campo, ausencia de libertad.

Para Gide, esta era la verdad que dolía y había que comunicar: “Es casi inevitable conocer la tristeza de la verdad cuando ella corta nuestro impulso entusiasta del día anterior, cuando es dicha y nadie quiere oírla, cuando tus amigos de ayer y tus enemigos de siempre prefieren, juntos, lincharte antes de permitir que tus dudas dialoguen con sus certezas”. Gide enfrentó al fanatismo militante que negaba toda crítica al socialismo porque, según ellos, era como darle armas al enemigo. Gide fue insultado y cuestionado por individualista y por no “haber sacrificado” su posición individual en aras del proyecto revolucionario.

Pero ¿es dable callarse ante el oprobio? “Dudo que en algún otro país, incluyendo la Alemania de Hitler, la mente humana pueda estar hoy más oprimida, más aterrorizada, más esclavizada”, dijo Gide de la URSS, enfrentándose así a los militantes que, por adherir sin más a una causa, dejan de pensar. El escritor mexicano Alberto Ruy Sánchez recupera, en Tristeza de la verdad: André Gide regresa de Rusia (México, Debolsillo, 2017), este significativo episodio del intelectual que dice no a las aberraciones políticas y que, según Ruy, desnudó “la bajeza humana oculta tras ideales más o menos verosímiles”.

En el Ecuador, pocos intelectuales y políticos han renunciado a la miseria del correísmo; más bien, adictos a las jugosas remuneraciones estatales, muchos se siguen acomodando en nuevos cargos, saltando de un bando a otro, sin mostrar un mínimo de decencia. Octavio Paz escribió: “Aceptar nuestros errores con la entereza con que Gide aceptó los suyos y los confesó, es el regreso a la salud y el principio de la sabiduría”. ¿Debemos resignarnos a esa desazón que produce el gobierno reinante de Alianza PAIS que dice verdades a medias? En su momento, Gide afirmó: “Es a la verdad a la que estoy atado; si el partido se aparta de ella, yo me aparto del partido”. (O)