La elección de Alejandra Vicuña como vicepresidenta de la República no guarda consistencia con las acciones y orientaciones que el propio gobierno de Lenín Moreno ha desplegado en los últimos seis meses. Podríamos hablar de una suerte de disonancia ideológica entre el perfil ideológico de Vicuña, muy alineado con el discurso originario, refundacional y revolucionario de Alianza PAIS, y la tónica de los últimos seis meses de un progresismo moderado.

Hay dos preguntas que saltan al escenario sobre esta disonancia: ¿por qué Lenín Moreno escogió a Vicuña como su vicepresidenta definitiva? ¿Y por qué Vicuña aceptó la designación cuando sus posturas se mueven a contracorriente de la orientación del Gobierno? Las respuestas nos dejan un escenario contradictorio, inconsistente del Gobierno, que compromete su futuro político.

La designación de Vicuña se explica porque le fallaron los tiempos políticos a Moreno entre la realización de la consulta y la elección de vicepresidenta, en este caso. Han sido dos procesos políticos complejísimos cuyos desenlaces llegaron a coincidir en el tiempo, colocándole al Gobierno en un dilema imposible de resolver, es decir, sin dejarse a sí mismo un escenario contradictorio. Las opciones eran cuidar la consulta protegiendo la retaguardia más radical de Alianza PAIS, a costa de provocar un malestar enorme en la mayoría anticorreísta que esperaba una vicepresidenta con otro perfil ideológico; o el escenario opuesto: satisfacer a esa mayoría anticorreísta con la designación de una vicepresidenta políticamente muy distinta, pero poner en riesgo la amplitud de un triunfo en la consulta. Queda claro que el Gobierno priorizó el horizonte de una victoria contundente, sin fisuras, amplia e inobjetable el 4 de febrero.

Algunos consideran que con esa decisión Moreno privilegió el corto plazo, mientras se puso una cortapisa a su propia capacidad de liberar el escenario político del correísmo para poner en marcha un programa mucho más franco y claro de negociación y concertación social y política en el mediano plazo. El triunfo en la consulta sacará a Correa de la escena política, pero con Vicuña vivirá como un fantasma pululando el horizonte de la práctica gubernamental. Dos pasos para adelante y dos para atrás. Su propio objetivo de poner fin al correísmo se ve vulnerado. El Gobierno se encontrará atrapado entre una visión emancipadora y radical de la política y el cambio, aquella movilizada al inicio de la revolución ciudadana, y la renovación pragmática y democrática de la gestión gubernamental para enfrentar las crisis –en plural– mediante la búsqueda de acuerdos y negociaciones.

Un segundo problema que se crea con la nueva vicepresidenta podríamos llamarlo disonancia o extravío ético. ¿Hacia dónde apunta una persona que puede cambiar tan radicalmente de posturas frente a su concepción de la democracia? Lo que representa Vicuña es la ambigüedad de la izquierda frente a la democracia, porque puede un día defender la reelección indefinida y al día siguiente sostener, con la misma pasión, lo contrario. La disonancia ética significa haber incorporado como vicepresidenta a alguien que no tiene posturas claras frente a la democracia, volátil, errática, lo que ahondará el caos ideológico de Moreno, de su equipo de gobierno y de las múltiples señales que da día a día. Disonancia pura. (O)