Algunos pensamos y sentimos que los actuales momentos que vivimos como sociedad son penosamente tristes, porque muestran la vigencia de históricos errores y debilidades. Luego de diez años de un gobierno criticado por tantos y defendido por algunos, nos encontramos tan violentos y virulentos como en las más aciagas circunstancias de nuestra vida política y social, y desde esa actitud mostramos rasgos de precariedad intelectual y moral. Ciudadanos casi indolentes frente a sus responsabilidades colectivas; políticos marcados por un tipo de astucia comparable con la de cualquier persona que sin escrúpulos quiere imponerse sin importar el precio; redes sociales dominadas por quienes insultan impúdicamente y son celebrados por ello; universidades dedicadas a cumplir con requerimientos burocráticos, sin procesos de reflexión sobre su rol histórico. Y una opinión pública –de la cual también formamos parte quienes tenemos el privilegio de contar con un espacio para expresar nuestro criterio– que muchas veces permanece cómoda en escenarios dominados por lo que hacen o dicen quienes llegan a ser su objeto de análisis casi exclusivo; formando parte más del mantenimiento de esa lamentable realidad que del cambio y la ruptura. Nos solazamos con lo superficial y a menudo no consideramos lo de fondo, quizá porque siempre lo banal tiene más adeptos y por lo tanto más presencia.

Lo dicho en el párrafo anterior, que por supuesto no involucra a todo el universo de los roles sociales mencionados, es una situación parecida a la de los individuos que pretenden mejorar. Según una posición teórica que analiza la efectividad de los seres humanos, existen sutiles diferencias entre personalidad y carácter. La personalidad, desde este enfoque, es la imagen externa que proyecta el individuo. El carácter, en cambio, es interior y es el resultado de una educación desde la ética del respeto a los valores. Si las personas se concentran en aspectos de su personalidad, trabajarán en actitudes y conductas que siendo importantes no son determinantes. Por el contrario, si se enfocan en ámbitos relacionados con su carácter, estarán involucrados con los paradigmas que determinan su manera de comprender y vivir. Si se quieren cambios pequeños, se debe obrar en la personalidad y si se pretenden cambios trascendentes, se debe trabajar en el carácter.

Si volvemos a lo escrito hasta aquí y lo utilizamos en este párrafo final, podemos formular una nueva analogía. Si la crítica que diariamente se expresa en círculos ciudadanos y políticos, redes sociales, universidades y medios de comunicación se ubica y permanece en la circunstancialidad de las actitudes y comportamientos de los protagonistas de hechos políticos y sociales, permaneceremos siempre en la superficie, sin que el cambio, tan anhelado, ni siquiera sea rozado por esa, igualmente ligera, forma de ejercerla. Por el contrario, si una parte de la crítica se preocupara de aspectos sociológicos y éticos que se encuentran en el carácter de todos nosotros, probablemente podríamos contribuir con la transformación de una realidad que nos agobia y duele. El presidente Velasco Ibarra nos legó la frase “Si queréis revolución, hacedla primero en vuestros corazones”, que por interpretación extensiva contribuye con la línea de argumentación desarrollada en esta columna. (O)