Pocos días antes de la Navidad 2017, nos dejó Gonzalo Abad Ortiz. Su partida no es definitiva: de quienes en vida construyeron el futuro, con rigor, pasión, solidaridad y visión de país, su pensamiento siempre se proyecta y es una referencia permanente en la búsqueda de mejores opciones nacionales.

Gonzalo Abad, como lo dijo J. L. Borges, tuvo “…una vida vivida”: sus aportes en el ámbito del desarrollo nacional fueron esenciales y en esa perspectiva, con solvencia académica, favoreció el desarrollo de las ciencias sociales del país, de lo que se recogerían sus frutos en las entidades que formó, la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Flacso, por ejemplo, y en los debates que impulsó, sea que se encontrase en el país, desde la Junta Nacional de Planificación, prestigiada hace tiempo, sea que estuviese desempeñando posiciones técnicas o diplomáticas en organismos internacionales, básicamente en la Unesco.

La personalidad de Gonzalo Abad tuvo una doble dimensión: su inteligencia y su capacidad para interpretar los fenómenos sociales, nacionales e internacionales. Fue, en el mejor de los sentidos, como lo ha señalado uno de sus más cercanos amigos, un activista de las ciencias sociales, en particular de la sociología y de la política.

Demostró un compromiso social por los más débiles, pero sin experimentar ni en el análisis ni en la práctica. Con solvencia académica y acercamiento sensato a la realidad. Desde joven, como dirigente estudiantil en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central, combatió a la dictadura militar de los años sesenta. Su involucramiento provino de su conciencia de hombre esencialmente libre, que fue algo que marcó su vida.

En México estudió una maestría en Relaciones Internacionales en el Colegio de México, la mayor universidad de posgrado de ese país. Su tesis de grado, “La Lucha por el Poder en el Ecuador”, es una demostración de su esfuerzo por reinterpretar la historia nacional, superando enfoques dominantes tradicionalistas, en una época –los años setenta– en que hubo un amplio debate sobre los procesos de formación y desarrollo de las sociedades nacionales en América Latina. A su regreso se vinculó a la Junta Nacional de Planificación, como director de Investigaciones Sociales, desde donde auspició las primeras investigaciones de los problemas sociales del país, como sustento de una política pública para combatir la pobreza y las desigualdades.

Gonzalo Abad, en ese esfuerzo, examinó varios escenarios y propuso alternativas. Pueden ser objeto de discusión, pero nadie desconoció su rigurosidad y honradez intelectual y política, sobre todo su franco cuestionamiento a una realidad que poco contribuiría a la transformación del país, a diferencia de lo que en algún nivel ocurría en otras partes. Las consecuencias subsistieron, lamentablemente.

...un intelectual comprometido con el progreso social, un hombre que supo actuar como pensaba, defendiendo los valores de la libertad, que actuó contra toda forma de dominación o sometimiento, de silencio forzado. Su pensamiento queda y trasciende. Ese es el sentido y legado de una vida útil y de significación. Lo que perdura.

Se vinculó también a la Universidad Central del Ecuador, como director de la Escuela de Sociología. Eran entonces los tiempos de auge de la “teoría de la dependencia”. En ese contexto Gonzalo Abad se planteó la necesidad de fortalecer la academia y la investigación social, con equipos de profesionales en ciencias sociales, a nivel de posgrado, que bajo un enfoque multidisciplinario analicen los problemas del desarrollo con nuevas visiones y metodologías.

Inició entonces las gestiones para crear en el Ecuador una sede de la Flacso. Luego de vencer una serie de obstáculos, en marzo de 1974 se creó ese organismo internacional, del cual fue su primer director. Flacso, gracias a su visión de futuro, cumplió ya más de 40 años de existencia y su aporte académico ha sido largamente reconocido.

Gonzalo Abad nunca estuvo satisfecho con lo logrado. De Flacso pasó a la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura –Unesco–, donde trabajó los últimos 22 años de su vida profesional en el área de Ciencias Sociales y desde la cual continuó apoyando la investigación social a nivel latinoamericano e internacional. Gracias a su gestión se fortaleció a la propia Flacso, al Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales –Clacso–, a las universidades de la región. Promovió una alianza entre la academia y las políticas públicas con las reuniones anuales de ministros de Desarrollo Social. Favoreció también el abierto respeto a la interculturalidad y los grandes objetivos de Naciones Unidas.

Luego de su retiro de la Unesco, continuó su trabajo como intelectual comprometido con el progreso social, sea como conferencista, en seminarios o talleres, como investigador o coautor de varias publicaciones, entre las que se destaca “Repensar América Latina”, que constituye un desafío para definir nuevas alternativas del desarrollo regional en medio de la crisis de los paradigmas dominantes. En Flacso inició un esfuerzo por conformar un grupo de prospectiva que reflexione sobre los cambios del Ecuador con una visión de largo plazo. Su última actividad fue, en el primer semestre de 2017, en Naciones Unidas, en el equipo técnico del denominado “Grupo de los 77 más China”.

Nos ha dejado, temporalmente –es así la vida–, un amigo y colega, un intelectual comprometido con el progreso social, un hombre que supo actuar como pensaba, defendiendo los valores de la libertad, que actuó contra toda forma de dominación o sometimiento, de silencio forzado. Su pensamiento queda y trasciende. Ese es el sentido y legado de una vida útil y de significación. Lo que perdura. Creo que Gonzalo, además, siempre pensó, como Camus, que “…toda la historia del mundo es la historia de la libertad”. (O)