Es probable que el 2017 sea uno de los años más tristes de nuestra historia reciente. Es deprimente descubrir que aquellos a quienes se les entregaron funciones importantes, con capacidad de decisión, porque la mayoría creyó en ellos, no eran dignos de esa confianza.

Las reacciones pueden ser diferentes, la de algunos es la negación, no lo creen, asumen que es invento de quienes siempre se opusieron a ellos. Otros reaccionan con cautela, dicen que hay que esperar las pruebas, aunque estén allí. Pero no faltan los que asumen su desengaño y esperan que la justicia obre en consecuencia.

Que se aplique la sanción correspondiente, con toda la rigurosidad de la ley, es positivo, pero no aplaca el desengaño. Después de todo, hubo gente que apoyó con su trabajo, con su presencia, con su voto, lo que creyeron que era un proyecto serio y honesto y tuvieron que aceptar que no lo fue.

Sentir que fueron convocados a acompañar un proceso de cambio, que según se decía se mantenía con la capacidad de mentes lúcidas, corazones ardientes y manos limpias y que no fue así, que ciertamente las mentes lúcidas trabajaron pero, de tal manera, que los resultados fueron negativos, que los corazones ardientes se fueron apagando poco a poco y que no es suficiente la ley para limpiar las manos de quienes negociaron los bienes del Estado, de tal forma que obtuvieron beneficios personales y perjudicaron al país.

Lo más triste es que se actuó de tal modo que todo les parece natural y ese es quizás el mayor de los perjuicios porque afectó directamente la conciencia ética de los ciudadanos.

Pero la humanidad vive en ciclos, en nuestro país estamos cerrando uno y debemos asegurarnos de que así es y para siempre. Lo que a algunos nos genera tristeza, a otros le produce ira y no faltan los escépticos que creen que todos son iguales y no hay nada que se pueda hacer.

Sin embargo, admitamos que sí se puede hacer algo. Lo primero es trabajar para afinar nuestra conciencia ética, para saber ubicar claramente los comportamientos que podemos aceptar y los que ofenden la fe pública y la moral social. Luego es necesario que pasemos de sufragantes a ciudadanos, todos tenemos un compromiso con el país y no se agota con depositar un voto. Más allá de participar en los procesos electorales hay una vida colectiva, unas leyes comunes, una ciudad y un país que construir cada día y tenemos dos opciones: renunciar a nuestro deber y nuestro derecho de conocer, opinar, actuar, demandar, exigir, controlar, participar y adaptarnos sin más a lo que se vive, o aceptar que somos ciudadanos con deberes y derechos que debemos cumplir a plenitud y cada día, con el convencimiento de que tenemos voz, capacidad de organización, garantía de que se nos brindará información en las instituciones públicas, fuerza para la acción. El país no es de quienes lo gobiernan, ellos apenas tienen el encargo de hacerlo en nombre del pueblo y ese pueblo, nosotros, tenemos derecho a exigir que lo hagan con honestidad, que nos rindan cuentas, que obren con transparencia y apertura.

Si el 2017 fue triste, cambiemos de actitud para que el 2018 y los que siguen no lo sean. (O)