Los últimos días del año, entre los que destacan fechas importantes que indudablemente marcan nuestro quehacer, generalmente rompiendo los tradicionales moldes de distribución del tiempo en nuestras actividades comunes y rutinarias, dentro y fuera de casa, luego de vividos, suelen dejarnos sensaciones no siempre satisfactorias, entre las que, por ejemplo, solemos destacar: “No me alcanzó el tiempo”, “no pude hacer todo lo que debía” o “no pude visitar a quien debía”.

Un cierto espíritu de pena o melancolía puede llegar a enturbiar el goce de los buenos recuerdos de las reuniones o los encuentros que sí alcanzamos a realizar.

La primera reacción al tratar de hacer un balance entre lo positivo y lo negativo que nos viene a la memoria puede ser de una cierta tristeza, que podría agravarse si no se vislumbra la perspectiva de enmendar las omisiones.

Me parece que ese espíritu depresivo que suele invadir a ciertas personas en semanas como las que hemos estado y seguimos cursando puede convertirse en una oportunidad para reflexionar sobre la propia historia y escudriñar y determinar el qué y cómo hacer para que la próxima ocasión, en que estemos frente a una oportunidad similar a la analizada, venzamos los obstáculos que no pudimos superar en esta ocasión.

Considero que nos es conveniente no olvidarnos del tema y simplemente pasar la página, porque es probable que el próximo año estemos en parecidas o iguales circunstancias que ahora. Y no habremos mejorado sino, tal vez, empeorado.

Viene a mi memoria la sabia fórmula de reflexión y motivación que algunas personas aprendimos en las diversas organizaciones laicales de la Iglesia católica, que tuvo gran difusión a raíz del Concilio Vaticano II, en las que mejorábamos nuestra formación para procurar convertirnos en agentes de cambios positivos: ver, juzgar y actuar.

Tratar de conocer a fondo el caso, en todos sus aspectos, revisar en la palabra de Dios y en los documentos oficiales de la Iglesia católica cuál debía ser la conducta a seguir en situaciones como la estudiada y, finalmente, hacer el compromiso de proceder en consecuencia con ella.

En cuanto a la distribución del tiempo, cuya inadecuada utilización motiva estas reflexiones, hay mucha tela para cortar o historias para escuchar y analizar, así como conductas para enmendar.

La sola lista de las Obras de Misericordia, tanto espirituales como corporales, tan importantes para nuestra destinación eterna, según leemos en el capítulo 25 del Evangelio según san Mateo, ya son suficientes temas para cuestionarnos si hemos repartido o estamos repartiendo adecuadamente el tiempo que nos ha sido regalado para vivir.

¿Recuerda usted los verbos rectores de nuestra conducta ideal? ¿Dar, recibir, vestir, visitar?

Bien vale la pena recordarlos y porque lo considero importante, a fuer de parecer inoportuno en tiempo de fiestas, aprovechar la oportunidad que me da Diario EL UNIVERSO, justo antes de comenzar el año 2018, para cuestionarme y cuestionar: ¿Repartimos adecuadamente el tiempo?

¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)