Esta Navidad es la primera en diez años sin Correa de presidente. Estamos disfrutando de una paz y tranquilidad inimaginables mientras era mandamás. De modo que gozamos de este merecido respiro, luego de una década de discordia y confrontación, que permite recuperar el espíritu de unidad de la familia ecuatoriana.

En buena hora que su reciente visita al país resultó un fiasco para que no retome pujos de grandeza.

Daba lástima ver cómo en seis meses se había convertido en una caricatura de sí mismo. Desfigurado por esa avidez que su sucesor describe, acertadamente, como “síndrome de abstinencia del poder”. Parecía un adicto transido en procura de la adulación de las masas a la que se acostumbró mientras tuvo petrodólares para dilapidar a manos llenas. Dinero que llenó los bolsillos de unos pocos privilegiados que se enriquecieron hasta la saciedad con el discurso de beneficiar a los pobres, sin aclarar que era solo para ellos.

Siempre soñó con una entrada triunfal en los anales de la historia, pero en vez de salir por la puerta grande lo hizo por la trasera, irrumpiendo en un albañal donde lo salpican la corrupción, el dispendio y la improvisación. No se equivocaron aquellos que vaticinaron que un mediocre profesor universitario jamás podría ser un redomado estadista.

Sin advertirlo vino a cargar la lápida de su pretencioso legado: la sentencia condenatoria por asociación ilícita del vicepresidente Jorge Glas, su hombre de confianza que gestionó a discreción los sectores estratégicos, que se suponía era el mayor orgullo de la transformación promovida por la Revolución Ciudadana. Ha resultado ser una caja de Pandora donde los males han empezado a salir de un pozo oscuro, profundo y hediondo, cuyas revelaciones serán cada vez más sórdidas.

Necesario anotar que tal condena no es solo al segundo magistrado del país, que paradójicamente aún mantiene la investidura que no supo honrar, sino a un proyecto político que se descarriló hace rato bajo las ficciones del socialismo del siglo XXI y su democracia participativa, que han resultado un fraude colosal.

No ha pasado inadvertida la denuncia sobre la excesiva capacidad de generación hidroeléctrica contratada a través de multiplicidad de proyectos, con eventuales sobreprecios, que significan que el país tendrá un 50% de excedente sobre la demanda total de consumo cuando el estándar internacional es de apenas 10%. Confirma las peores sospechas en torno a la construcción de megaobras sin la debida planificación, sin una auditoría de costos y, lo que es peor, sin una rentabilidad que asegure el pago de las deudas contraídas.

Ante la investigación de tantas irregularidades, surgen asombrosas delaciones. Por ejemplo, cuando el ex secretario jurídico de la Presidencia, también enlodado por el affaire Odebrecht, admitió, públicamente, que en la Función Ejecutiva era bien sabido que el poliducto Pascuales-Cuenca a más de sobredimensionado tenía sobreprecio, pese a lo cual se continuó ejecutando el proyecto por parte de la empresa brasileña como si todo estuviera conforme. Simplemente, inaudito.

Con tantas evidencias, al menos la responsabilidad política de Correa, con eventuales alcances en el orden administrativo, civil y hasta penal, se torna cada vez más abrumadora a la luz de hechos incontrastables.

La consulta popular que se viene como una locomotora lo terminará atropellando, dejándolo a la vera como muerto político pero en ningún caso libre de rendición de cuentas.

Entretanto, muchos se darán gusto haciendo un gigantesco monigote verde flex para dejar atrás el año viejo, festejando al nuevo. (O)