A pesar de la lenidad de la sanción y el errado cálculo de los daños, la condena a Glas es buen comienzo, pero solo es eso: un comienzo. Ahora, tal como lo ordenó el tribunal, Glas deberá ser juzgado por otros delitos –varios de los cuales no requieren informes de la Contraloría–, y deberá encausárselo a Correa por las evidencias que ya existen. Pero, sobre todo, se deberían tomar medidas urgentes para recuperar los millones que fueron saqueados por la mafia que nos gobernó.

No hay vueltas que darle. Ese dinero está guardado o invertido en alguna parte. Está en cuentas bancarias, como las de la compañía Glory donde Odebrecht hizo ciertos depósitos en favor de la mafia, o en otras que podrían estar en Shanghái, Hong-Kong, Luxemburgo, Bélgica, Catar, Rusia, Panamá, Estados Unidos, Andorra, etcétera. Parte de esos fondos han sido probablemente invertidos en desarrollos inmobiliarios aquí en el Ecuador, en la Florida o en otros lugares, o en otro tipo de activos. Dar con esos miles de millones de dólares, incautarlos y recuperarlos es una tarea compleja, pero no imposible hoy en día.

La información que han dado el Departamento de Justicia de los Estados Unidos y los ejecutivos de Odebrecht –y de la que solo conocemos una parte–, como la acopiada en Brasil, la que salió durante el juicio a Glas y la descubierta por activistas, medios y periodistas ecuatorianos, toda esta información es un buen punto de partida para que, con la ayuda de organismos internacionales y firmas especializadas, puedan recuperarse esos dineros. Otras naciones lo han hecho y lo están haciendo. Perú, por ejemplo, logró detectar los fondos de la corrupción de Fujimori-Montesinos; y Chile, los de la familia Pinochet. Igual cosa han hecho Ucrania, Malasia, Nigeria, Brasil, Argentina y otros. Eso sí, cada día que pasa sin que el Ecuador nada haga al respecto, es un día más que se les da a estos asaltantes para que tales recursos puedan ser ocultados más y más.

Como el Saturno de Goya devorando a su hijo, así Odebrecht viene devorándose a quienes ella engendró como sus criaturas corruptas. Ahora le llegó el turno al presidente peruano Kuczynski. A su nombre pueden sumarse los de Alan García, Toledo, Humala, Lula da Silva, Rousseff, Néstor Kirchner, Cristina Kirchner, Martinelli, Chávez, Maduro, Santos; y, entre nosotros, Glas, y pronto se podría añadir el de Correa. Ya no es la espada de Bolívar la que recorre América Latina, sino las cloacas de Odebrecht y las de algunas corporaciones del imperio chino. Con sus desagües se han enriquecido políticos de izquierda y derecha, de centro y populistas, con PhD o sin PhD, liberales y socialistas, así como empresarios y profesionales.

Son cloacas que han desnudado la doble moral de quienes en su momento nos daban clases de ética cada sábado, y que hoy han ido a llorarle cínicamente a la OEA –al “ministerio de las colonias”–, para que los proteja de la justicia, y no a la Unasur. (O)