El pasado martes 28 de noviembre tuve la oportunidad de participar como panelista invitado en la septuagésima segunda edición del Foro de la Ciudad, evento organizado por el Colegio de Arquitectos del Pichincha, para la discusión de temas relacionados con la problemática urbana que enfrenta la capital ecuatoriana. En esta ocasión, el tema fue ‘Quito: el Metro y el espacio público’. Diferentes segmentos de la sociedad tuvieron su espacio para conversar sobre aquellos aspectos relacionados con el Metro que les inquietan y preocupan. A través de la temática del Metro se pudieron abordar otros temas, relacionados con las transformaciones a las que Quito está siendo sometida en estos tiempos. Considero oportuno compartir algunos de aquellos pensamientos expuestos, pasadas ya las fiestas de su fundación.

Uno de los comentarios que más me impactaron fue dicho por Jacobo Herdoíza, secretario de Territorio, Hábitat y Vivienda, del Distrito Metropolitano de Quito: La mancha urbana de Quito es equivalente a la de Bogotá, ciudad que abarca en su interior a 8 millones de personas. Quito, por su parte, apenas contiene una población que debe estar entre los tres millones y los dos millones y medio. El diagnóstico es inevitable: hemos dejado que la capital de los ecuatorianos se transforme en una ciudad obesa. Nuestra infraestructura urbana es equivalente a la de la capital colombiana, pero la pagamos entre menos habitantes. Por ende, los quiteños debemos aportar casi cuatro veces más, comparado con lo que un bogotano logra con sus impuestos.

Quito ha dejado de ser la ciudad oblonga, cuyo crecimiento estaba condicionado por la longitudinalidad de su valle homónimo. Peor aún, la capital ya no solo crece en tres valles, sino que los asentamientos ubicados en los valles orientales no responden a ningún plan regulador que establezca condiciones morfológicas; tal como ocurrió con el centro norte de la ciudad, que creció bajo las directrices inicialmente señaladas por el plan Jones Odriozola. Los lotes de Los Chillos, Tumbaco y Cumbayá han pasado de contextos rurales a urbanos, con cambios mínimos en la infraestructura del sector. La trama vial actual no difiere mucho de la existente hace décadas. Salvo la Ruta Viva, y el ensanche de algunas vías existentes, los caminos vecinales donde se encuentran las nuevas urbanizaciones responden al trazado de antiguos caminos vecinales. Nadie preparó a los valles orientales de Quito para el crecimiento desordenado que han sufrido en las últimas dos décadas. Aunque resulte tardío, creo que se debe realizar un plan que trate de controlar el crecimiento en las zonas ya mencionadas, y evitar que este tipo situaciones desordenadas se repitan en las comunidades que se encuentran entre Tumbaco y Tababela.

Quito necesita controlar su crecimiento, darle una forma ordenada. No pretendo desmerecer las condiciones de vida de la capital, que aún se presentan como mejores si se comparan con muchas otras ciudades del país. Me inquieta que dichas condiciones no las vivan las futuras generaciones inmediatas. La infraestructura existente debe organizarse mejor y servir a más personas por metro cuadrado. Esa sería la mejor “dieta” para el Quito del futuro. (O)