Constituyen un problema los expresidentes en América Latina. Una vez concluido su mandato no saben qué hacer con su tiempo ocioso y casi siempre al final se empeñan en ser reelectos, rompiendo todo lo que se les ponga enfrente. Poco les importa que estén procesados, como Lula, o que el pueblo en referéndum les haya dicho que no lo quieren más, como Evo Morales. Unos retornan de sus vacaciones doradas de Europa y emprenden contra los mismos molinos diseñados por ellos para evitar competencia. Algunos se hacen legisladores, como Cristina o Uribe, y otros pretenden hacerse senadores con voz y voto, como Duarte Frutos y Cartes en Paraguay, donde la Constitución es clara al afirmar que solo serán senadores vitalicios con voz pero sin voto. No les importa, la cuestión es seguir en el circo como sea para evitar complicaciones con la poco confiable justicia que han construido para asegurar su funcionalidad en el poder. La boliviana, en un fallo digno de Kafka, afirmó que un referéndum no puede acabar con los derechos humanos de Morales y de su vicepresidente, que ambicionan ser reelectos una vez más.

En Venezuela la cosa supera toda imaginación posible. Maduro rechaza cualquier referéndum revocatorio porque sabe muy bien que en coro y por millones su país le gritará que se vaya. En otros países un poco más organizados, como Chile, le consiguen un empleo a la Bachelet en la ONU para luego retornar en un segundo mandato rodeado de impopularidad manifiesta. Quizás la excepción sea Tabaré Vázquez en el siempre buen alumno cívico que es Uruguay. El resto no sabe qué hacer con sus ex. Si son senadores vitalicios, no van al congreso y si no pueden ser ni candidatos, como en Paraguay, el congreso electo no les acepta su juramento con lo cual terminan decepcionados y decepcionando.

Por ejemplo, Obama cuesta 250.000 dólares por una charla de una hora. ¿Se imagina cuánto puede valer un expresidente latinoamericano frente a un atril?... Si hubieran hecho las cosas de manera correcta, democráticamente y haciendo progresar a sus pueblos... otra historia sería la de ellos.

Pero la lección más importante, independientemente de que no tienen la grandeza de retirarse con dignidad, es el hecho de que nadie los contrata para nada por el siempre despreciable legado que han dejado. En otros países, los expresidentes cobran fortunas por dar discursos dentro o fuera de sus países. Por ejemplo, Obama cuesta 250.000 dólares por una charla de una hora. ¿Se imagina cuánto puede valer un expresidente latinoamericano frente a un atril? ¡Se cotizan en dracmas griegos! Si hubieran hecho las cosas de manera correcta, democráticamente y haciendo progresar a sus pueblos... otra historia sería la de ellos.

En la mayoría de los casos son investigados por corrupción, prohibidos de salir del país, candidateados a lo que sea porque ni la mujer los soporta en la casa y tienen que mendigar la atención de sus antiguos socios en el poder, quienes siempre inventan un pretexto para no verlos.

Debemos encontrar ocupaciones dignas a los expresidentes y para que eso sea posible están obligados a ser buenos mandatarios, respetuosos de las normas y de las instituciones que les permitan finalmente caminar por la calle sin guardias pretorianas, como cualquier ciudadano y sin recibir insultos ni agravios que los arrinconen en la casa a morir como parias. (O)