En ocasión de la pérdida y búsqueda del submarino argentino ARA San Juan, los ciudadanos del mundo podemos reflexionar acerca de una aleccionadora contraposición.

En un cuadro de la realidad se han dibujado alianzas para guerras, muertes, desplazamientos de multitudes humanas, multiformes opresiones y torturas, genocidios, destrucción de ciudades. En la sangre, con la que se ha pintado este cuadro, hay color y olor de venganzas, de ambiciones. A pesar de ser cuadro del pasado, aún hoy se descubre que no hubo espacio para dibujar la vida; casi todo el cuadro está destinado a la muerte.

En este cuadro se pintan las citadas excrecencias de la humanidad. Algunos prefieren la oscuridad del egoísmo, máximo exponente de la muerte, a las realidades que reflejan luz y vida.

Era de esperar que el conocimiento, hoy más difundido, de las excrecencias sea un disuasivo. Guerras, invasiones y los otros males continúan; cambian solo los agentes, los pretextos, los vestidos. Como que no pudiera surgir algo distinto, algo humano.

La humanidad sigue viva: en la profundidad oscura de Mar del Plata brilla la luz de solidaridad, de gratuidad, de superación de rencillas y de intereses encontrados.

¿Qué mensaje traen los aviones pilotados por estadounidenses, las naves de reconocimiento enviadas por el Reino Unido, la multiforme colaboración de Chile, de Brasil, a los que se suman otros tres países?

Se han puesto de acuerdo para salvar las vidas de 44 personas, que navegan (me resisto a escribir el pasado navegaban) dentro del ARA San Juan. En un mundo en el que no se da puntada sin dedal, en el que nada se hace por nada, ciudadanos cercanos y alejados, juntando manos y corazones, haciendo suyas las angustias y esperanzas de los argentinos, afirman que sobre intereses diversos y diferencias culturales sigue viva, como en rescoldo, sobre el egoísmo y la envidia de Caín, la identidad humana.

Puedo afirmar que los protagonistas en el rescate están y estarán más felices que los que han bombardeado, que los que han invadido, para imponer sus intereses bajo diversos paraguas o pretextos.

La desventura de los navegantes del ARA San Juan ha traído el mensaje de colaboración sin armas, sin muerte, sin forzado abandono de casa, vecinos y amigos.

Lo acontecido en torno a las angustias sufridas en el submarino argentino afirma que hay mayor gozo en ayudar que en dominar.

Británicos, estadounidenses, brasileños, chilenos se unieron para realizar una tarea común, la de salvar vidas, también, porque ni pensaron siquiera quién es el más importante, quién recorre el sendero mejor, quién profesa la verdadera religión. En el fondo de toda religión se mantiene, a veces sofocado, el culto a la vida.

El concurso para salvar vidas en el ARA San Juan desaprueba la búsqueda del bienestar de los ciudadanos debilitando, atropellando a personas de otros países. Ciertamente es posible la felicidad para todos, si algunos irresponsables y vanidosos no toman el nombre de la patria en vano, para matar en la guerra con armas y fuera de la guerra con hambre, enfermedades e ignorancia. (O)