Por: Eduardo Neira

La captura de aquel barco chino con un cargamento de tiburones el pasado mes de agosto dio origen a una serie de reacciones dentro de la sociedad civil ecuatoriana. En buena hora, puesto que es necesario que la ciudadanía adquiera mayor conocimiento de causa de un problema que viene dándose por décadas y que en los días actuales ha adquirido dimensiones alarmantes.

Cabe analizar el asunto desde dos enfoques: el de la soberanía y el de la pesca sustentable.

En cuanto al primero, si bien tanto el Gobierno como un pequeño sector de nuestra ciudadanía actuaron en defensa de nuestros derechos soberanos, es preciso comprender que tal accionar no es suficiente, que no bastará para afrontar debidamente lo que está en ciernes no solo en nuestros mares sino en todos los mares del mundo. Es necesario reconocer que el problema va mucho más allá de lo que concierne a nuestra soberanía, y entender que actuando “soberanamente” por separado ningún país podrá llegar a soluciones concluyentes. El problema es global, y solo el esfuerzo conjunto de todos los países podrá hacer frente a esta grave situación.

Es importante tener en claro que no es la pesca ilegal en sí la que provoca el mayor daño a los ecosistemas marinos, sino la propia pesca industrial. ¿Qué son 300 toneladas de tiburones frente a los más de cien millones de toneladas de pesca capturada anualmente en el mundo?, ¿y frente a los millones de animales acuáticos –aves, delfines, lobos marinos, tortugas y variedad de peces no comerciables– que anualmente mueren en las redes y anzuelos de los pesqueros industriales? Y aquí entramos al segundo enfoque, el de la pesca sustentable, el aspecto tangible, el que precisa de nuestra urgente atención y acción, puesto que estamos ante el riesgo de llegar a una situación irreversible.

La pesca industrial es destructora del medio marino, tanto por lo desmesurada e indiscriminada de su captura como por la contaminación que causa. Las gigantescas redes de arrastre barren con toda forma de vida que encuentran a su paso. Las kilométricas líneas de palangres contienen miles de anzuelos en los que caen indistintamente tiburones, rayas, tortugas, lobos marinos, etc. Encima de eso vierten al mar enormes cantidades de desechos orgánicos e inorgánicos, tales como aceites quemados y aguas oleosas de sentinas, además de los consabidos plásticos. La flota mundial de pesca industrial consume anualmente cerca de 20 millones de toneladas de combustible –en gran parte subsidiado–, cuyos gases contribuyen significativamente al efecto invernadero que ocasiona el calentamiento global.

Todos los parámetros evidencian que la pesca industrial no es sustentable; por lo tanto, debemos buscar una forma de reducirla gradualmente, a la vez de reivindicar e impulsar la pesca artesanal, es decir, el tipo de pesca que por miles de años el hombre ha practicado sin afectar al medio marino.

Estudios hechos acerca de las pesquerías estiman que la captura semanal de un barco chino de pesca industrial equivale a lo que captura un barco senegalés en un año. Tal es la diferencia entre la capacidad extractiva de la pesca industrial y la de la artesanal.

A primera instancia se pensaría que un barco dotado de una mayor capacidad de captura es más eficiente y, por lo tanto, más económico, pero no es así. La pesca industrial demanda de enormes capitales que son recuperados con creces por la elevada producción de sus barcos; pero lo que se ha ignorado y no podemos seguir soslayando es que esa elevada producción es conseguida a costa de la extracción irresponsable del capital natural existente en los mares, es decir, a costa de la sistemática destrucción del medio marino. Carga sobre sí, además, el agravante de propender a procederes corruptos: el porcentaje de pesca no declarada en todo el mundo es elevadísimo, de manera que una considerable parte de ese lucro es mal habido y va a parar mayoritariamente al bolsillo de los propietarios de los barcos y al de las infaltables autoridades cómplices, es decir, que ni siquiera beneficia a un país sino a una minoría de personas.

La pesca artesanal no causa el grave daño ecológico que provoca la pesca industrial, pues utiliza artes de pesca mucho menos extractivas y su consumo de combustible es mucho menor, a más de que lo mesurado de su captura permite la autorrenovación de las especies pescadas. En cuanto al aspecto humano, da empleo a millones de personas y las ganancias obtenidas son mucho mejor distribuidas que en la pesca industrial.

En síntesis, la pesca artesanal bien regulada y controlada es sustentable; la pesca industrial, por más bien regulada que esté, no lo es. La única forma de detener la destrucción de la vida marina es limitando al mínimo posible la pesca industrial merced a un acuerdo mundial. Retomamos aquí el tema de la soberanía: precisamos sublimar nuestro sentido de soberanía y hermanarlo con el de los demás países miembros de la Convemar para, juntos, encaminarnos hacia una soberanía marítima planetaria capaz de detener la catástrofe que se cierne sobre todos los mares del mundo. (O)

La única forma de detener la destrucción de la vida marina es limitando al mínimo posible la pesca industrial merced a un acuerdo mundial.

* Capitán de Marina