Vivimos tiempos de incertidumbre, inseguridad y miedo. Hay pocas disyuntivas. Nos encerramos en nuestras casas, nos aislamos, intentamos protegernos con cercas eléctricas, guardias privados, rejas, perros bravos, no oímos noticias que puedan ser desagradables; esperamos todo de las autoridades o nos unimos y juntos tratamos de mejorar nuestra situación y la de nuestro entorno.

Algunos son como el lobo solitario que realizó el atentado en Nueva York, llegó a un país extraño por lengua, cultura y se encerró en su rabia y rencor, se conectó a internet y recibió clases precisas de cómo hacer un atentado con el mayor número de víctimas y menor margen de error. Lo ensayó, lo premeditó. Tenía la convicción de ser premiado por su dios y aceptaba convertirse en mártir matando a otros.

Ver esos comportamientos ajenos permite comprender mejor el espejo en que como sociedad nos reflejamos.

Somos capaces de llegar a las peores aberraciones cuando creemos en “nuestra verdad” convertida en locura, frustración y resentimiento, y las convertimos en motores de acciones y opiniones.

Por eso el diálogo, que parece una propuesta tibia frente a las grandes urgencias, es un camino a seguir. Diálogo que tiene como condición escuchar, entender, comprender y encontrar caminos inesperados que no se habían frecuentado y que el aporte de todos descubre y señala como ruta.

En Nairobi, sometida al miedo del terrorismo que se escuda en creencias religiosas para matar, secuestrar y aislar, Nabila Alibhai reunió a académicos, empresarios, líderes religiosos diferentes, urbanistas y decidieron pintar de amarillo las casas de adoración: mezquitas, templos, sinagogas, iglesias, en nombre del amor. El sol sale para todos y alegra. Llamaron a su proyecto Coloreando la fe. Al centrarse en las representaciones de la fe que cada uno tiene redescubrieron el mensaje esencial de bondad, generosidad y amor. Al pintar los templos de los otros se acercaron a los diferentes y convirtieron en luz sus concepciones de Dios, a veces excluyentes y absolutas. Se sintieron seguros, apoyados y aprendieron que no estaban solos. Se acercaron por el corazón y por las manos, por el trabajo que realizaron juntos y los ratos compartidos. Se conocieron y cambiaron su realidad. La experiencia está narrada en las conferencias TED 2017.

En Beirut, un grupo de libaneses creó el llamado muro de la bondad, que invita a la gente a dejar ropa y accesorios que no necesitan para que puedan ser utilizados por personas en situación de calle. Los más beneficiados son los refugiados sirios, quienes al llegar al Líbano sufren distintas dificultades. El 70% de ellos vive en la pobreza. Esta iniciativa les permite tener acceso a prendas como abrigos, chaquetas y también calzado. Los gestores de esta iniciativa han preferido mantenerse en secreto, pues dicen que la bondad no tiene nombre y el muro es un regalo de las personas para las personas.

Nosotros, cercanos a la Navidad, comenzamos a preparar luces y canciones. ¿Quién de las clases altas está dispuesto a pasar dos días con una noche incluida en casa de pobladores de los sectores más pobres y aparentemente peligrosos de la ciudad, comiendo lo que comen, utilizando los baños y duchas que utilizan, y a su vez está dispuesto a recibir en su casa por el mismo tiempo a miembros de la familia que los recibe o algún otro vecino del mismo sector? Las familias de los sectores marginados están listas, los demás… El diálogo se hace con palabras y con acciones, con gestos y con símbolos. Lleva escondido un abrazo. (O)