“Sé bien que yo ya no soy yo, soy todo un pueblo”. Fueron palabras textuales de Rafael Correa, dichas el 1 de mayo de 2015. Se podría suponer que eran el producto de la emoción, una de esas frases que se escapan en determinados momentos de euforia, cuando se invierten los flujos internos y el hígado manda órdenes al cerebro. Se podrían añadir las condiciones del momento. Su expresión ocurrió cuando llegaba a la parte culminante del discurso de cierre de la manifestación impulsada por su gobierno, con organizaciones creadas desde arriba por ese mismo gobierno. También debe haber puesto su parte la fogosidad de la gente que, llegada en buses fletados, agradecía la posibilidad de disfrutar de un soleado día en Quito con un agradable refrigerio y quizá algún viático adicional. En fin, podía ser producto de las circunstancias que despiertan sentimientos difíciles de controlar.

Pero, si fuera así, parecería que las emociones fueron ganando mucho terreno en las actuaciones del exmandatario, porque algo más de un año después, el 20 de septiembre de 2016, repitió exactamente las mismas palabras. En un acto en Manabí, organizado por el grupo que impulsaba su re-reelección –y que dijo haber recogido más de un millón de firmas sin salir a la calle–, hizo uso de aquella frase. No cambió un solo término, no alteró la sintaxis, como si la tuviera bien repasada. Se deduce, entonces, que no era el producto de emociones o sentimientos incontrolables provocados por las circunstancias. Seguramente había algo más de fondo y, dado que se trata de una persona que ocupó la primera magistratura, su explicación nos concierne a todos.

Posiblemente los primeros pasos en la búsqueda de explicaciones se encuentre en dos libros que, desde ópticas muy diferentes, abordan el tema de la relación de los seres humanos con el poder. El primero es En el poder y en la enfermedad, de David Owen, que aporta valiosos instrumentos para comprender lo que se conoce como el síndrome de hybris. Según el autor, este no es en sí mismo un trastorno de la personalidad, sino más bien algo que se desarrolla cuando los dirigentes llevan un tiempo en el poder. Es el sentimiento de considerarse infalibles e irremplazables. “Quienes se ven afectados por el síndrome de hybris –dice Owen– siempre se creen insustituibles y empiezan a ver con desdén a todo posible sucesor”. Sostiene que, de catorce síntomas que lo caracterizan, basta que se presenten cuatro para determinar que una persona padece del síndrome.

El otro libro es El séptimo Rafael, de Mónica Almeida y Ana Karina López, que podría calificarse como una biografía política del expresidente. En excelente ejercicio de periodismo de investigación, demuestran cómo la vocación de líder y su capacidad de trabajo iban siempre acompañadas de un carácter irritable, una autoestima recargada y un desprecio a las opiniones ajenas. Los antecedentes de la juventud van perfilando a ese personaje que, una vez en el ejercicio gubernamental, presentó por lo menos el doble del mínimo de síntomas sugerido por Owen. (O)