La doctrina presidencial es el conjunto de ideas y principios que defiende el primer mandatario de cada país. Todos los presidentes tienen una y se la identifica luego de cierto tiempo en la silla ejecutiva. Algunos empiezan a dar señales de ella en campaña electoral, unos cuantos en los primeros meses de trabajo y otros hacen muy difícil la tarea de descifrarla.

Son varios los casos en que las ideas son comunes entre predecesores y sucesores, y muchas más las situaciones donde hay conflicto de doctrinas. Los ciudadanos lo notamos y podemos sufrirlo o beneficiarnos.

Los problemas que se pueden dar en el momento de implementar la propia doctrina presidencial son muchos y la ciudadanía debe expresarse inmediatamente.

Por ejemplo, todos hemos leído que Donald J. Trump ha hecho lo que ha querido. En un abrir y cerrar de ojos ha destruido múltiples leyes y acuerdos de sus antecesores. Lamentablemente ha tomado malas decisiones (con respecto al clima, energía, salud y economía) sin consultar a expertos, sin considerar opiniones de su propio equipo de trabajo ni las de sus mandantes. EE.UU. experimenta un dañino cambio de doctrina.

En nuestro caso, Ecuador ha tenido presidentes con diversas concepciones de cómo debe funcionar el Estado y, especialmente, la función ejecutiva. A modo de resumen, desde el retorno a la democracia y sin preferencia sobre ningún presidente, podríamos decir que Roldós, por ejemplo, practicó el respeto a los demás y defendió principios democráticos y que Febres-Cordero ejerció como neoliberal, pero con tendencia a un alto gasto público. Por su parte, Durán-Ballén buscó modernizar el Estado, entre algunas ideas, con la privatización de sectores estratégicos. Finalmente, Noboa Bejarano supo darle importancia a la obra pública y mantener el dólar norteamericano.

Con Rafael Correa, la concepción de función ejecutiva se alteró para muchos ecuatorianos. Empezando por su ya célebre frase (¿o confesión?): “El presidente de la República no es solo jefe del Poder Ejecutivo, es jefe de todo el Estado ecuatoriano, y el Estado ecuatoriano es Poder Ejecutivo, Poder Legislativo, Poder Judicial, Poder Electoral, Poder de Transparencia y Control Social, Superintendencias, Procuraduría, Contraloría…”. Luego de tantos años, cada ecuatoriano puede identificar la doctrina correísta.

No obstante, nuestro presidente Lenín Moreno, a pesar de pertenecer al mismo partido de su predecesor, se muestra muy distinto: abierto al diálogo, tolerante con la prensa, prudente con la situación económica y respetuoso a las funciones del Estado. Este aparente cambio de doctrina presidencial es bueno, por lo que como ecuatoriano espero que se mantenga y se materialice en hechos ciertos para superar los problemas que tiene el país.

La importancia de las doctrinas presidenciales es que, de alguna forma u otra, han escrito nuestra historia y lo seguirán haciendo. Gran parte de nuestro futuro como país depende de las ideas y principios que defienden nuestros mandatarios, por ello, debemos conocer de dónde vienen y hacia dónde van. Más importante, como ciudadanos, es educarnos, buscar el bien común y compartir valores y principios que sean respetados por nuestros gobernantes. (O)