Un docente es quien está llamado a impartir conocimientos enmarcados en una ciencia o arte. Hay veces en las que un profesor trasciende y se vuelve un maestro, es decir, alguien que aporta en la formación integral del individuo por su habilidad extraordinaria en el ámbito pedagógico. Un profesional que logra ver más allá de un código, por el contrario, respeta y conoce las particularidades de sus alumnos; trata de potenciar sus fortalezas, logrando que dominen sus debilidades. Intenta desarrollar el espíritu investigativo, promueve honestidad, creatividad y estimula a sus pupilos para que logren desarrollar un criterio propio que les ayudará a desenvolverse efectivamente en sociedad, pero ¿qué pasa cuando todo fracasa y se descubre que los adultos responsables de dicha formación son monstruos que han abusado sistemáticamente, e incluso, gozan de la protección de las autoridades del plantel?

Es insólito y espeluznante. Leía en un diario local que “hasta el 13 de octubre último, el Ministerio de Educación registraba 882 casos de abusos sexuales entre 2014 y 2017 a nivel nacional. De estos, en 561 casos estaban implicados docentes, compañeros, autoridades, personal administrativo y de limpieza. En los 321 restantes, personas externas como parientes, amigos”. ¿Qué medidas tomar? Ahora hablan de exámenes psicológicos como parte del proceso de selección, está bien, pero temo que es solo una parte de la solución.

No se puede generalizar, apuntar a todos los profesores de pederastas y empezar a mirarlos por encima del hombro, pero sí deben tomarse medidas preventivas. La primera debe venir de los hogares. Es necesario eliminar el tabú del tema sexual y empezar a hablarlo abiertamente con nuestros hijos explicándoles claramente cómo funciona, y llamando por su nombre a los órganos sexuales. Dejarles claro que nadie debe tocarlos, peor bajo presión o amenaza. Es importante darles la suficiente confianza para que sepan que en caso de sufrir algún tipo de acoso o abuso, no serán juzgados sino defendidos para que no les vuelva a ocurrir, pero es imprescindible recordarles que deben contarlo para poder ayudarlos.

En la misma línea, las instituciones educativas deben tener claras las políticas que protejan al alumnado y que bajo ningún concepto defiendan, protejan o callen frente a un abusador. Es inadmisible que so pretexto de “confianza” se transgredan líneas inviolables de distancia entre profesor y alumno. Es imperativo tener una vinculación constante con el colegio y nuestros hijos. No podemos confiar ciegamente la educación y formación de los más pequeños en manos de terceros.

Por consiguiente, creo que el derecho de los niños a una educación libre de acosadores y abusos es un motivo para levantar la voz y tomar acciones concretas e inmediatas. El temor a la ignominia y la revictimización es el gran enemigo con el que muchos luchan a diario. Valientes padres, quienes venciéndolo, hacen la denuncia buscando justicia para sus hijos.

Finalmente, espero que aparte de indignación consigamos políticas claras para evitar que continúen los abusos. Como decía Martin Luther King Jr.: “La función de la educación es enseñar a pensar intensa y críticamente. Formar inteligencia y carácter, esa es la meta de la verdadera educación”. (O)