El papa Francisco habló en Colombia acerca del medio ambiente. Y yo me dije a mí mismo, ¡habla viejo, hazlo!, porque Galápagos te ha regalado —y todavía te sigue regalando—, tanto. Siempre he estado cada vez más convencido, de que es urgente e indispensable tomar medidas excepcionales para conservar las riquezas naturales que Galápagos afortunadamente aún nos ofrece.

Tiene el Ecuador la enorme responsabilidad de ser un país que se declara al mundo como protector de algo bellísimo, de la madre naturaleza, lo conocen afuera como comprometido totalmente con la defensa de su reserva natural Galápagos. Los expertos en conservación, de este tiempo, nos dicen todo va mal, en esto días una flota pesquera china nos dio el timbre de alarma dentro y fuera de Galápagos, por ser un atropello al ecosistema. La pesca ilegal acentúa más peligros y contaminantes, resultan heridas irreparables. El grito es, hay demasiada gente en Galápagos, me refiero a una población en continuo crecimiento, aparte de los residentes permanentes, están los temporales (estos tienen un máximo permitido de 5 años de residencia); también los ilegales; los casi 250.000 turistas; las medianas y grandes embarcaciones, las cuales en su mayoría pertenecen a armadores foráneos. Tampoco podemos dejar de lado una mayor cantidad de vuelos de aviones y avionetas desde el continente a las islas; las embarcaciones turísticas repletas; los barcos cargueros y los que transportan carburantes, etcétera. ¿Y los controles? Todo es imaginablemente posible en estas tierras. Las personas de afuera piensan encontrar en Galápagos una casi absoluta soledad, silencio solo con la naturaleza, como si fuese un museo de vida medioambiental altamente protegido y respetado. Sin embargo, al llegar encuentran carros, camiones, busetas, motos, muchos contaminando el aire; ruido..., etcétera.

Hasta ahora, la excepción son las espléndidas islas Floreana, y en parte, la Isabela, donde la vida es más tranquila y mi consuelo es hablar conmigo mismo, con mis amigos, y donde en las tardes empieza el silencio y nos acostamos temprano. Todavía existe una aceptable conciencia de que habitamos en unas islas que debemos, sin duda buscar limitar el daño de la migración masiva... Tengo casi 86 años, vivo en Isabela, no es más la isla que hace mucho tiempo conocí con solo 400 habitantes, verdaderos colonos y muy pocos introducidos, convivíamos con la naturaleza pura. Ayer le tocó partir a la vecina, hasta la muerte puede dejar recuerdos buenos de una persona que extrañemos y deja herencias de lo que fue una convivencia. ¿Qué heredarán los más jóvenes de aquí, qué recuerdos?(O)

Ermanno Zecchettin di Castelleone, isla Isabela, Galápagos